Carmen Pugliese
¿Construida para los Templarios?
El simple hecho de que surjan estos interrogativos ya es indicio de que la Iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río, en pleno Camino de Santiago, está de alguna manera relacionada con la Orden del Temple. Esta preciosa capilla, uno de los templos más singulares y enigmáticos del románico europeo, emana un fascino especial y envuelve al visitante con el denso misterio de las historias y leyendas que le rodean.
Los aspectos del enigmático edificio que más atraen la atención son tres: la peculiar planta, de forma octogonal, la función o funciones que desarrollaba la construcción y la identidad de sus constructores y dueños. En la península ibérica contamos con muy pocas iglesias cuya planta no refleja la clásica cruz latina: dos de ellas, ambas octogonales, se encuentran en la Ruta Jacobea Navarra y otra, la Iglesia de la Vera Cruz, también con planta poligonal y relacionada con las dos primeras, se ubica en las afueras de Segovia. Nada se debe al azar: la figura especial de estos templos y sus elementos arquitectónicos no son fruto de un mero capricho estético, sino la respuesta a unas exigencias precisas.
La Iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río, supuestamente la más antigua entre las tres, presenta una dimensión bastante reducida: la sensación que transmite no es de una parroquia destinada a reunir toda una comunidad de fieles, mas de un lugar para pocos elegidos … de una capilla donde celebrar ceremonias más reducidas, intimas o secretas, austeras y solemnes a la vez. La cúpula mudéjar, tan parecida a la del mirhab de la mezquita de Córdoba, proporciona una fuerte sensación de elevación hacia el Divino, típica de las construcciones góticas y más bien rara en la arquitectura románica. Incluso como caja acústica consigue transmitir unos efectos sonoros inesperados en un espacio tan ceñido.
Pero ¿Quién participaba en estas ceremonias? oficiadas en la capilla octogonal ¿Cuál era su finalidad? ¿Cómo se desarrollaban? Y sobre todo … ¿porqué en este templo tan especial? Las piedras hablan a quien sabe escucharlas con respeto; a través de ellas los maestros canteros que las labraron transmiten sus secretos. La nota más distintiva, la primera clave que recibimos, estriba en el simbolismo del número ocho, aquí doblemente acentuado no solo por el octógono que constituye la planta, mas también recalcado en el diseño formado por el ábside y la torre, que encontrándose diametralmente opuestos en el eje este – oeste, dan origen, si observados desde arriba, a un ocho tumbado, cuyo punto central coincide con el centro de la Iglesia. En efecto, este ocho tumbado, símbolo matemático del infinito, resalta el concepto de continuidad de la vida, del devenir cíclico y del sentido de la palingénesis como superación de la Muerte. El tema central de la construcción, el mensaje más importante que el Templo transmite, es la concepción de la Muerte como Puerta entre dos realidades: La Muerte interpretada en su sentido más sublime, como punto de Inicio y de Fin al mismo tiempo, síntesis del Alfa y Omega.
Astrológicamente esta imagen es encarnada por Escorpio, octavo signo zodiacal, que corresponde al periodo otoñal, cuando la Naturaleza parece morir: los árboles pierden sus hojas, la luz disminuye, el frío bloquea los ritmos vitales. Pero todo volverá a la vida, renaciendo en el ciclo infinito de las estaciones. En el marco del número ocho se celebraban las ceremonias dentro de esta Iglesia, cuyo nombre “del Santo Sepulcro” trae a la mente la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, muerte en la vida terrena para iniciar, después de la Resurrección, el Camino en la Luz Eterna. Estas premisas afianzan la hipótesis de que los pocos elegidos que oficiaban los rituales en la pequeña capilla eran “iniciadores e iniciados”, maestros y discípulos y que allí tenían lugar los ritos de acogida de nuevos miembros en el seno de la Orden. Estos miembros “morían” simbólicamente en la que representaba su vida como laicos y “renacían” en el hábito de religiosos, monjes soldados defensores del Santo Sepulcro o de la Sagrada Ruta Jacobea, adquiriendo supuestamente un nuevo nombre. El nuevo nombre suele asignarse sólitamente durante una ceremonia de análogo sentido, la del bautismo, ritual iniciático con el cual el pecador, descendiente de Adán, se purifica y empieza una nueva vida como Cristiano, mondado de la mancha del pecado original.
No es un caso que numerosos bautisterios o pilas bautismales tengan planta octogonal. La Linterna de los Muertos Justo encima de la cúpula de la Iglesia, se eleva la denominada Linterna, que culmina el edificio y repite a escala más reducidas las mismas formas y proporciones de la Iglesia. Entre la varias insensateces que se han divulgado sobre la función de esta construcción, la más absurda es la de calificarla como “Faro” para alumbrar el Camino a los peregrinos o también de capilla funeraria (El pasaje Linterna de los Muertos – Capilla Funeraria es hasta demasiado fácil). En publicaciones recientes acerca de la función de la Linterna, se pueden encontrar afirmaciones tan firmes, como: “Su uso como faro, donde ardía toda la noche el fuego para orientar a los viajeros, parece incuestionable”. No cabe duda de que la imagen del peregrino perdido en la tormenta y envuelto en las nieblas peligrosas auxiliado por la luz del potente Faro que lo reconduce en el Camino correcto tiene un matiz romántico, pero si nos dejamos guiar por el faro de la lógica comprenderemos enseguida la absurdidad de esta atribución. El viajero que llega a Torres del Río, desde cualquier vía, y especialmente por el Camino de Santiago, consigue avistar la Iglesia solo cuando está a unos pocos centenares de metros de ella, porque el edificio su ubica en el fondo de una amplia hondonada, corazón del regazo que acoge el entero poblado. No tendría sentido alguno, y menos en el siglo XII, levantar un Faro donde nadie pueda verlo y, además, teniendo la elevada colina de Sansol a lado.
Es más: alimentar el fuego en la linterna hubiera sido empresa sumamente onerosa y ardua, especialmente en los días de viento o lluvia que hubieran apagado enseguida el alumbre, y tampoco subir continuamente leña pasando por la angosta escalera de caracol y por el peligroso techo era tarea que tuviese sentido. Tampoco hay otros ejemplos de faros o estructuras semejantes a lo largo del Camino a Compostela: la orientación de los peregrinos solía realizarse con medios sonoros: campanas, como en el caso de Roncesvalles. Respecto a su destino como Capilla funeraria, es cierto que en los Anales de Navarra se hace mención de una donación al abad de Irache de un monasterio en Torres, en cuyo cementerio se encontraron, durante excavaciones “ … cuerpos vestidos con telas de seda y cintos con los hierros dorados …”.
Sin embargo, es muy probable que el monasterio citado no corresponda a la Iglesia del Sepulcro, por haber sido donado en el año 1100, mientras que la época de construcción del templo octogonal suele fecharse alrededor de 1160, 1170. La donación ataña supuestamente a otro edificio, el ya desaparecido monasterio benedictino de la Redonda, floreciente en el siglo VIII, y posteriormente abandonado en consecuencia de las correrías sarracenas, como recita una sencilla placa en el lugar. El nombre del monasterio era debido a la forma circular de su planta y nos sugiere que la inclinación hacía un modelo arquitectónico distinto, en Torres del Río es precedente a la construcción del Sepulcro. Este detalle aumenta el misterio y los interrogativos: ¿por qué la planta redonda? ¿Tal vez se edificó encima de un castro celta o sobre un asentamiento godo? Las características del único vestigio que queda del monasterio, una cruz pétrea de perfil celta, nos llevan a suponer unas conexiones entre los Benedictinos de la Redonda y elementos de la cultura celtibera, cosa que no es de extrañar en aquella época de temprano cristianismo. Conexiones con esta cultura, como es sabido, las tenía también San Bernardo, el “ideólogo” de los Pobres Caballeros de Cristo, luego denominados Templarios. Otro interesante indicio alimenta la hipótesis de la presencia templaria en la iglesia del Santo Sepulcro. A causa de las frecuentes correrías sarracenas, los religiosos benedictinos abandonaron su sede poco defendible en Torres del Río alrededor del año 1100, y se trasladaron parte en el monasterio de Irache y parte en Logroño, donde fundaron la Basílica de la Redonda, homónima al monasterio de su procedencia.
En la segunda mitad del siglo XII la presencia de los árabes en la península era todavía peligrosa y la lógica nos sugiere que, si se construye un templo en el mismo emplazamiento que había sido abandonado medio siglo antes por razones de seguridad, es oportuno que haya una presencia militar enfocada a la protección de canteros y albañiles en un primer momento y de religiosos y peregrinos de paso después. Contrariamente a los benedictinos los pobres caballeros de Cristo eran monjes soldados y amalgamaban perfectamente las tareas de atención espiritual y de defensa de la morada.
Volviendo a la función de la Linterna de los Muertos, es posible que en particulares ocasiones, por ejemplo como coronamiento de las ceremonias de admisión de nuevos discípulos, se encendiese para significar la Muerte de alguien, pero no como fallecimiento en sentido físico, sino simbólico: la Muerte iniciática que abre el Camino a un nivel superior de Vida. ¿Cómo se preparaban los Caballeros para la ceremonia de admisión?
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