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lunes, 25 de agosto de 2008

ESCUCHANDO LOS "CARMINA BURANA"

ESCUCHANDO LOS "CARMINA BURANA"

Derviche (Trabajo participante en el I Symposium Virtual de la Biblioteca de la Tradición)

Ayer estaba pensando que los Evangelios y los Ciclos Artúricos son en realidad dos fantasías, dos parábolas de la mística celta (y por tanto indoeuropea y por tanto hindú) tratando de expandirse y sobrevivir a través de un Occidente cada vez más oscurecido por el reino de las apariencias: del Ego y el Apego (el reino del No-Dios Maya, en la India).

Andaba pensando que los Evangelios fueron escritos en Arameo (el idioma de los Arios) en la tierra de Galilea (colonia celta en el Mediterraneo y que se traduce como Tierra de los Galos) y que mil años después, bajo la influencia benedictina (congregación de probables raices o al menos vinculaciones druídicas) se escriben los Ciclos Bretones de leyendas del Rey Arturo en la tierra de Bretaña (ultimo reducto galo en Occidente). En ambos casos un padre y un hijo se aniquilan mutuamente. Dios Padre mata a su Hijo-Dios en la cruz y éste niega al Padre, justo al borde de la muerte. Por otro lado, Arturo y Mordrec se matan el uno al otro. En las dos historias un grupo de elegidos sobrevive al mito (mentira, fantasía) que sirvió como espoleta para iniciar el camino y más allá de la negación (muerte) del objeto en que se materializaba su fe (Arturo y Cristo), prosiguen el Camino hasta llegar a la meta.., la infinitud y eternidad de la Sabiduría Perenne Interior. Perceval, Lanzarote y Galaaz, como tres bueyes uncidos al mismo carro llegan hasta la Jerusalén Celestial habiendo superado la muerte del mito y los Doce Apóstoles reciben la bendición del Pentecostés, 40 días después de morir Jesús y convertirse en el mito griego del Cristo (y no olvidemos que si bien Grecia tendía una mano hacia el Mediterráneo...con el reverso se nutria de la filosofía celta del interior de Centroeuropa). Es curioso observar como los distintos pueblos que han tomado contacto con ese centro geográfico del viejo Continente se han visto contagiados por distintas versiones del arquetipo del Eterno Retorno.

Así, nos encontramos con el mito de Icaro, que con unas alas de cera (substancia blanca y combustible, como el alimento del Agni hindú) asciende hasta el sol y cae, toda vez que el calor del fuego solar derrite sus alas. Desciende como un ángel caído y, automáticamente, asociamos esta historia con la del Ave Fénix, resurgiendo eternamente de sus cenizas y aquí nos encontramos con, por los trasteros de la mente, con un Jesús que muere con los brazos abiertos en cruz, como un ave con las alas desplegadas, para caer, descender a los infiernos, durante tres días y tres noches. Avanzando en el tiempo, el mismo ciclo se nos explica a través de la simbología alquímica, como un proceso de operaciones pseudoquímicas basadas en la acción del calor, que vaporizan la “materia prima” produciéndose la ascensión de ésta y volviendo a descender por condensación en una dinámica de expansión y purificación cognitivo-espiritual que se vino a denominar ciclo del “solve et coagula”, el cual debe ser efectuado por innumerables veces. Quizás sea la alquimia la que de modo más preciso, incluso pedagógico, describa las operaciones espirituales necesarias para obrar la expansión de la conciencia y el descubrimiento del Si Mismo, la Fuente Eterna (o mejor, las tres fuentes) en la que termina el Juego de la Oca, pues en el resto de parábolas (Evangelios, Ciclos Artúricos, o cualquier otra) se nos presenta al héroe, Dios, o mito, su vida y su muerte, de un modo muy genérico, dando la impresión de que el detalle de los procesos necesarios para alcanzar el grado espiritual de estos diversos personajes tal vez queda relegado a un aprendizaje directo y oral.

La alquimia, en cambio, en aquellas pequeñas parcelas en las que se va descubriendo su interpretación, toma la apariencia de un tratado exhaustivo, detallando los procesos, inclusos los peligros y sus soluciones, a lo largo del camino iniciático. De este modo, colegimos que Ícaro no tomó las necesarias precauciones para aproximarse al sol de un modo lento, constante y parcial, ni regresó al suelo para volver a ascender un poco más en cada nuevo intento; pero la alquimia sí nos advierte que el fuego debe ser constante y moderado en los “tres hornos”. Así podemos interpretar que Perseo utiliza su escudo como un espejo (Daath) para decapitar a Medusa, evitando la mirada directa, es decir, evitando la aproximación rápida (a altas temperaturas) que lleva a Ícaro a la ruina y también a Lucifer, a tenor de algunas representaciones pictóricas de este Ángel Caído. Esto me lleva a pensar en el Shadai, sustantivo con el que los hebreos denominaban al número Pi, pero también lo utilizaban como uno de los nombres de YHVH. Y es que el hombre, al buscar su centro en línea recta, no hace si no dividir su perímetro por su propio radio, dando como resultado una cifra inconmensurable de infinitos decimales: un muro infranqueable.

Quizás sea por ello que los grandes maestros nos susurran el consejo de una aproximación lenta, constante y periódica, de un modo tan sencillo como en el Juego de la Oca, donde la aproximación directa (y por tanto abocada al fracaso), se sustituye por un armonioso sendero en espiral, donde el movimiento se convierte en un continuo fluir no pesable, ni medible, ni cuantificable. La espiral se obra al desplazar acompasadamente el centro de giro de un circulo para que los extremos de la línea circunferencial no lleguen a juntarse..., nada mas hermoso que convertir los círculos viciosos en senderos que avanzan o retroceden, con una forma y una dinámica capaz de albergar “Sentido”, por contraposición al pertinaz y estéril círculo. Pero el desplazamiento del centro del giro que transforma al círculo en espiral, precisa de una polaridad enfrentada en todos los ordenes de la vida. Incluso en situaciones cotidianas de bloqueo en las que nos parece imposible salir del mismo pensamiento sin solución, no hay mejor ayuda que otro punto de vista del problema: el contacto con otro universo que ostenta a su vez otro centro de gravedad hace que ambos “centros” se estimulen y, en el mejor de los casos, incluso pueden sintonizar como dos buenos compañeros de juego que al pasarse la pelota mutuamente corrigen la posición de sus pies una y otra vez, o como una pareja de baile, girando en un salón a ritmo de vals. Y esta polaridad debe subsistir necesariamente, por imperativo racional, hasta llegar al centro inmóvil, pues perderse dicha polaridad implicaría la desaparición del movimiento, o mejor aún: la desaparición de la fuente de energía que lo sustenta.

Un último dato para terminar, unos fragmentos extraídos de un articulo de René Guénon, acerca del “Graal”, que con asombroso sincronismo acabo de leer publicados en el monográfico de Templespaña, tan solo unos dias después de escribir este artículo: “...«no sólo de pan -terreno- vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» [...] y que, bajo cualquier forma exterior con que se revista, es siempre y en definitiva una expresión o una manifestación del Verbo divino. Por esto es por lo que, por otra parte, el Grial no es sólo una copa, sino que aparece también algunas veces como un libro, que es propiamente el «Libro de Vida», o el prototipo celeste de todas las Escrituras sagradas [...] en algunas versiones, el libro es reemplazado por una inscripción trazada sobre la copa por un ángel o por Cristo mismo.” Me parece preciso recordar, o informar, para quien no lo sepa, que el cáliz custodiado en la Catedral de Valencia, que primitivamente se guardó en San Juan de la Peña y que es “oficialmente” reconocido por Roma como el de la Última Cena, tiene (según Atienza) un pié de plata añadido en la Edad Media con inscripciones árabes de origen andalusí. Repitamos el extracto (lee, lee y relee) “[...] en algunas versiones, el libro es reemplazado por una inscripción trazada sobre la copa por un ángel o por Cristo mismo.” Pensemos que Almanzor arrasó Santiago de Compostela, pero respetó el sepulcro del Apóstol y que, por otro lado, alguien anónimo, que se expresa en lengua árabe, incorpora un pié de plata y una inscripción a un objeto de culto de una religión, no solo ajena, sino enemiga. ¿No da la sensación de un respeto y un reconocimiento a lo esencial que no es patrimonio de ninguna religión o civilización, sino el fondo y final del “asunto”, patrimonio de toda la humanidad?

Que el pan nuestro de cada día nos sea dado, ni el de mañana, ni el de ayer, sería una bonita forma de despedir este articulo, pero desear la Baraka es más sencillo y preciso y por ello hermoso y verdadero.

Baraka, Derviche.

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