LA SAGRADA COPA
Antonio Galera Gracia (De su próximo libro "El evangelio de la hermana de Jesús")
Quienes de vosotros hayáis seguido y querido saber con certeza el génesis de la Copa que Jesús de Nazaret usó en su última celebración de la Pascua acompañado de sus discípulos, se habrán encontrado, la mayoría de las veces, con abundantes hipótesis y complejas argumentaciones. Sobre el mito del Grial se han derramado chorros y chorros de tinta. Unos dicen que apareció en este mundo de la mano de fulano; otros que fue bajado del cielo para aprisionar al diablo...
Desde este artículo, que por razones obvias no voy a poder extenderme todo lo que yo quisiera para daros mis precisiones sobre tan importante asunto, voy a tratar de explicaros esta porfiada interrogación a partir de mis modestas investigaciones. Jesús de Nazaret asignó a cada uno de sus discípulos una misión en la tierra. Y a todo les encargó que mientras cumplían con el servicio encomendado, que no tomaran para el camino ni báculo, ni pan, ni dinero, ni alforja... (Mt. 10, 9-11.); (Lc. 9, 3-4.); (Mc. 6, 8-9.) Acabado de leer lo que antecede, enseguida pensamos que Jesús designó las mencionadas misiones solamente a doce discípulos, a los que ya todos conocemos sobradamente. En los Evangelios canónicos, después de ser traducidos y retraducidos, Marcos nos dice que llamando a sí a los doce, comenzó a enviarlos de dos en dos... (Mc. 6, 7.); Mateo nos dice que a estos doce los envió Jesús, haciéndoles las siguientes recomendaciones... (Mt. 10, 5.); Pero, cuando llegamos a Lucas, podemos observar que quienes al traducir y retraducir quisieron sostener el nombre de los doce como únicos discípulos, como humanos que eran, algo se les escapó. Y así nos enteramos por la pluma de Lucas que después de estos, designó Jesús a otros setenta y dos y los envió de dos en dos... (Lc. 10, 1.) Leyendo los evangelios apócrifos, a poco que ahondemos en ellos, podremos darnos cuenta que José de Arimatea fue discípulo de Jesús, que estuvo entre esos setenta y dos más doce.
Y que como la mayoría de los discípulos que lo amaban, también él escribió su evangelio para recordarlo y para dar a conocer los muchos prodigios que obró. Pero cuando llegamos a esta evidencia, nuestra pregunta es la siguiente: ¿Si Jesús de Nazaret designó a cada uno de sus discípulos un cometido para que lo llevasen a cabo mientras vivieran en este mundo, qué misión le encomendó a José de Arimatea? Este encargo debió de ser muy secreto. Y, según se puede deducir de los escritos, tuvo que ser un encargo solamente conocido por Jesús y por el mismo José, pues si reparamos en los Evangelios, cada vez que se habla de José de Arimatea, se hace de una manera distante o de una forma secreta. Y os voy a poner un ejemplo. Todos sabemos, o por lo menos para nadie es ya un secreto, que Jesús celebró su última cena en la casa de José de Arimatea. Y sin embargo, los tres evangelistas sinópticos, coinciden en silenciar ese nombre. Y aquí sí que puedo decir que los traductores y retraductores no tienen culpa de ello porque yo pude leer estos Evangelios en su lengua original y no difieren mucho de los canónicos. Llegado el día de Ácimos, el día en que se sacrifica la Pascua, los discípulos de Jesús estaban inquietos porque no sabían donde iban a celebrarla. Marcos nos dice: «El día primero de los Ácimos, cuando se sacrificaba la Pascua, dijéronle los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos para que preparemos la Pascua y la comamos?
Envió a dos de sus discípulos y les dijo: Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua; seguidle, y donde él entrare, decid al dueño: El Maestro dice: ¿dónde está el departamento, en que pueda comer la Pascua con sus discípulos? Él os mostrará una sala alta, grande, alfombrada, pronta. Allí haréis los preparativos para nosotros...» (Mc. 14, 12-16.) Lucas nos dice: «Llegó, pues, el día de los Ácimos, en que habían de sacrificar la Pascua, y envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id y prepararnos la Pascua para que la comamos. Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la preparemos? Díjoles él: En entrando en la ciudad, os saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua: seguidle hasta la casa en que entre y decid al amo de la casa en que entre: El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala en que he de comer la Pascua con mis discípulos? Él os mostrará una sala grande, aderezada; preparadla allí... (Lc. 22, 7-13.) Mateo nos dice: «El día primero de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: ¿Dónde quieres que preparemos para comer la Pascua? Él les dijo: Id a la ciudad a la casa de Fulano y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está próximo; quiero celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos...» (Mt. 26, 17-19.)
Los tres testimonios coinciden cuando escriben: «El Maestro dice». Dando a entender que quien recibe el mensaje era un discípulo del Maestro, pues de otra forma la persona a quien iba dirigido el mensaje no hubiera sabido quien mandaba al mensajero a menos que hubieran dado su nombre. Y por otra parte, vemos como entre el Maestro y el discípulo, había un acuerdo tácito: «Él os mostrará una sala grande, alta, alfombrada...» Las declaraciones de Marcos y de Lucas son propias de una novela de espías o, como mínimo, de una película de misterio; las de Mateo, sin embargo, nos dan a entender que sabe el nombre pero que no quiere o que le esta vedado el decirlo, y le da el seudónimo de: Fulano. Para escribir mi último libro, que será publicado a principios del mes de marzo, y que llevará por título: «El evangelio de la hermana de Jesús», he tenido que examinar numerosos evangelios para tratar de construir la verdadera historia de un hombre que vivió para hacer el bien y murió por desaprobar las riquezas de la iglesia y por defender a los pobres y a los desposeídos de este mundo.
Y por ellos pude saber que José de Arimatea puso mucho interés en quedarse con el cuerpo de Jesús, una vez que éste hubiese sido ejecutado. En el evangelio de Pedro, podemos leer: «Se encontraba allí a la sazón José de Arimatea, el amigo de Pilato y del Señor. Y, sabiendo que iban a crucificarle, se llegó a Pilato en demanda del cuerpo del Señor para darle sepultura en su huerto. Pilato se lo comunicó a Herodes, y Herodes le dijo: “Hermano Pilato: aun dado caso que nadie lo hubiera reclamado, nosotros mismos le hubiéramos dado sepultura, pues está echándose el sábado encima y está escrito en la ley que el sol no debe ponerse sobre un ajusticiado”». Lo que os quiero manifestar a continuación, y que es el eje de este artículo, lo voy a descubrir trayendo un trocito del libro cuyo contenido, como ya os he dicho antes, ha sido documentado mediante la lectura de abundantes documentos antiguos. En el capítulo VIII, que trata de la prisión y muerte de Jesús, decimos lo siguiente: «Cuando llegamos a la cueva que iba a servir de tumba a mi hermano Jesús, José de Arimatea nos rogó que esperásemos un momento antes de comenzar a lavar el cadáver. Se marchó hacia su casa, que distaba de la cueva unos cuarenta o cincuenta metros, y regresó con la copa que mi hermano había usado para beber cuando el día anterior habíamos celebrado en su vivienda la Pascua. Traía también, bajo el brazo, una blanca y limpia sábana que dejó sobre una silla. Acto seguido, puso el canto de la vasija bajo la enorme herida del costado del cadáver y tomó de ella un reguero de sangre que todavía estaba fresca.
Después limpió cuidadosamente el borde del recipiente con esmerado cuidado y lo guardó en un pequeño armario que la cueva poseía para almacenar recuerdos de los seres enterrados. »José de Arimatea era hombre religioso y sabía que en el Levítico Yavé nos dice que la vida de la carne es la sangre, y que hay que ponerla sobre el altar o cerca del hipogeo para resucitar nuestros cuerpos...» Que cada uno de vosotros saque sus propias conclusiones sobre lo que aquí hemos expuesto. Yo, no obstante, os puedo decir que el Santo Grial, portador de la Sangre del Hijo de Dios, existe, y que se encuentra muy cerca de nosotros; el Santo Grial dentro de nosotros está. El Santo Grial es la sangre misma del Padre derramada por el Hijo... Sangre que quedó en la copa y copa que quedó en la tierra para dar virtud a nuestra carne y para resucitar nuestros cuerpos... Jesús así nos lo hizo saber. Él nos dejó bien claro que optar por un Dios donador de libertad y cercano al hombre es arriesgado y costoso.
Él mismo selló ese compromiso con su propia sangre. Pero antes de morir nos dejó bien claro que optar por un Dios cercano al hombre, no es una decisión que otros puedan poner en tu entendimiento, que ni siquiera aquellos que se hacen llamar a sí mismos intermediarios de Dios pueden manipular nuestra voluntad, que a Dios tampoco se llega matando ni despreciando a quien no cree en Él, ni que tampoco se puede adquirir a fuerza de guerras y de matanzas, sino que es algo que brota de lo más hondo de uno mismo cuando descubre que la sangre de Dios no está en el cielo porque si así fuera los pájaros nos tomarían la delantera, ni está en el mar porque si así fuera los peces nos tomarían la delantera, sino que la sangre de Dios está dentro del corazón del hombre, que la sangre de Dios forma parte de la estructura del hombre, que la sangre de Dios está, definitivamente, tan metido en el hombre, que allí donde esté el hombre estará siempre Dios...
Porque Dios es el fruto de la experiencia de dejarse poseer por Él, no del querer poseerlo ni manipularlo.
Antonio Galera Gracia
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