BLOG PRINCIPAL

Buscar este blog

martes, 11 de noviembre de 2008

Principios de Caballería espiritual

Principios de Caballería espiritual

VIII

DEL SILENCIO SANTO

José Antonio Mateos

En el Libro de los Reyes leemos que para escapar de la cólera de la reina Jezabel, Elías huyó al desierto por el que caminó durante cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte Horeb.. Allí Dios se le manifestó. Hubo primero un viento fuerte y poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas; pero Dios no estaba en el viento. Tras el viento vino un terremoto, pero Dios no estaba en el terremoto. Vino tras el terremoto un fuego, pero Dios no estaba en el fuego. Finalmente, después del fuego hubo un ligero y blando susurro.... y Dios estaba en este suave susurro. Vivir en el silencio y la soledad parece una condición ajena a la condición humana.

Pero cuando un solitario vive con autenticidad el silencio consagrándose a Dios, su dimensión interior remonta y permite que la presencia del Eterno en su interior emerja y escuche el suave susurro de Dios en su corazón. Hacemos el camino de opinión en opinión, de creencia en creencia, de experiencia en experiencia y como el peregrino caminamos solos, andando y solo andando, y nadie puede andar en nuestro lugar, porque el camino interior requiere caminar en soledad. Esta es la condición que Nuestro Señor y Maestro nos recuerda a quienes le seguimos y servimos: los solitarios itinerantes del mundo y a Él le pedimos que nos asista cuando nos damos cuenta que no hay ningún lugar donde reclinar nuestra cabeza: “Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20).

El silencio santo sucede cuando se produce una integración entre los planos de Ser, cuerpo, alma y espíritu bajo la acción del Espíritu Santo. Entonces se establece en nosotros un silencio profundo, las voces discordantes de nuestro ego que continuamente reclaman y amenazan se silencian, entonces la voz de Dios, el Si-mismo, habla, en un dulce murmullo. Dios siempre nos habla suavemente, permanentemente y sin insistencia. Los estados espirituales no son sino etapas de reposo en la dura búsqueda de la realización divina. Cristo nos enseñó el camino de la resurrección sustancial, la que actúa en espíritu, alma y cuerpo. El Señor es quien nos ayuda a ser hijos de Dios siempre que nos ayudemos a nosotros mismos. No es que nuestro trabajo sea suficiente sino que determina que Él nos ayude. El don del negro perfecto se alcanza necesariamente en la soledad, ya que se precisa estar profundamente solo para poder experimentar el desgarro de los contrarios y la descamación del ego, por ello, nos guste o no, algunos buscadores caen en una profunda soledad, sea cual fuere su vida exterior.

Jamás sentirán alegría en sumergirse en la colectividad social. La embriaguez de la colectividad no le es permitida, se mantendrán en la sobriedad, es decir, solos. Como nos recuerda el Maestro Eckhart: “ El divino Hijo, nunca ha sido encontrado entre los “amigos” entre los “parientes” y “conocidos” (Luc II, 44). De ahí que el Evangelio incluya a los que buscan y procuran la paz y la sobriedad interior, en la misma condición que los pobres de espíritu, los afligidos, los que tienen hambre y sed de justicia. Asignándoles un estado de felicidad distinta de aquella que antes disfrutaban. “Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9).

El estado presente del mundo responde a una situación de enfermedad espiritual de la civilización actual, escapando de un lugar a otro, de una cultura a otra, de una desilusión a otra, de un matrimonio a otro, de una montaña de problemas a otra incluso mayor; huyendo de las tribulaciones nos refugiándonos en la cueva del ego. “Ellos olvidaron a su Señor, entonces El se olvidó de ellos”, dice el Santo Corán.

En realidad El nunca se olvida de nadie, pero como un castigo para nuestro olvido, Él permite que nos sintamos olvidados y seamos abrumados por las aflicciones. Pero esta condición espiritual de la humanidad es parte del plan y de los designios de la voluntad divina. Este deterioro aparente responde a un proceso de reintegración de las virtudes divinas en el Orden Divino de nuestro Señor. Como preludio de un nuevo Orden. Cuando el Ángel Gabriel visitó por última vez al Profeta Muhammad, le informó de este proceso dividido en cuatro etapas: “Primero, vendré a llevarme el Conocimiento Divino, entonces la ignorancia cubrirá la Tierra como un océano. Si yo vendré a remover el conocimiento de todas las realidades superiores y los dejaré en la oscuridad de la ignorancia”. “ Luego, volveré y me llevaré la baraka (bendición de Dios, gracia)”. Al ser llevada la gente está nadando en un océano de descontento. Luego Gabriel dijo: “Vendré a llevarme la misericordia de la Tierra”. “ Y finalmente”, “vendré a llevarme el pudor y la castidad”. No es difícil de ver que todo esto forma ya parte del estado actual del mundo.

Y nosotros mantenemos la fe en que el Señor es Misericordioso y que nos proveerá de Luz para vislumbrar su Voluntad a través de la oscuridad de estos tiempos. Pues creemos que cuando la gracia del Espíritu Santo se hace presente en la vida interior esta desemboca en la eternidad, situándonos fuera del tiempo y del espacio, donde no hay nada que alcanzar sino el silencio santo que nos conduce a eso que llamamos “la comunión de los santos”. “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,24).

No hay comentarios: