lunes, 9 de marzo de 2009
LA ORDEN DE LOS POBRES CABALLEROS DE CRISTO
LA ORDEN DE LOS
POBRES CABALLEROS
DE CRISTO
FUNDACIÓN Y OBJETIVO.
Por Mary-Su Sarlat
(María Susana Moschini-Molina)
Rectora de lo Espiritual
en KonoZer y Dama templaria
El año 1000 de nuestra era no había traído consigo lo
que el imaginario popular venía predicando desde tiempo
atrás: El fin del mundo.
No pocos fueron los casos de personas que, ante la
inminencia del desastre proclamado, optaron por suicidarse
o cometer los actos más aberrantes pues ¿qué
más daba si iban a morir de todos modos lo deseasen
o no?
En síntesis, el año mencionado trajo aparejadas posiciones
extremas, tan antagónicas ellas como irrazonables.
Las jerarquías eclesiásticas clamaban por poder y dinero:
la simonía se hallaba en su punto cúspide siendo
el tráfico de canonjías moneda corriente. Muy por el
contrario, la sabiduría callada tenía austera sede en
los claustros monacales que, impregnados en la corriente
de Benito de Nursia, tomaron sede en Cluny para
posteriormente encarnar en el Císter.
Silvestre II, el Papa del año 1000 como mejor se lo conoce,
fue educado en España y se atribuyen varios inventos.
Dotado de una inteligencia extraordinaria, (a
quien se le atribuían dotes de nigromante, cosa completamente
incierta) se cree que lanzó la primera idea
de la Cruzada, no estando bien claro si lo que el Papa
entendía por ella era su sentida prédica para ayudar a
erradicar a los musulmanes de España, o bien aquella
otra de connotaciones mas lejanas de lanzar las tropas
del cristianismo a la Palestina.
Cien años más tarde, Urbano II encarnaría a la persona
que, haciendo suyo lo sugerido por su antecesor,
movilizaría Europa con el lanzamiento de su plan y lo
pondría en ejecución.
En contraposición a la labor encomiable brotada de las
abadías, las cúspides institucionales de Roma eran
sede frecuente de asentamiento de ilegítimos hijos reales
con sitiales adquiridos a efectos de legalizar su
imagen.
Los reyes del blasón azul y oro deseaban ampliar sus
territorios y consecuentemente, érales menester descabezar
a ciertos señores feudales que detentaban
amplias e importantes zonas de tierras como así también
numeroso vasallaje que contribuía en metálico y
especies.
Asimismo, se comenzaron a construir obras grandiosas
nacidas con la finalidad de homenajear a la vida
que continuaba luego del tan controversial año 1000 y
la arquitectura dio pié a este florecer artístico que, abandonando
el pesado estilo románico, fue trasladándose
gradualmente hacia una expresión de grácil ligereza
propiciada por los arbotantes del arte gótico. Pero se
imponía pagar como era debido a las cofradías de
francmasones que, en carácter de ingenieros, obreros
calificados y singulares artistas, llevaban adelante estas
magnas expresiones edilicias.
Y de pronto, se presentó la ocasión. Las Cruzadas.
Urbano II, forjado en los claustros de Cluny lanza en
Clermont la primera cruzada y bajo el lema de "Dios lo
quiere", la Europa toda se moviliza con la intención de
recuperar el Santo Sepulcro.
En realidad, Urbano respondía a un desesperado pedido
de Alejo I Comneno, emperador bizantino, quien incapaz
de recuperar Nicea de los turcos y teniendo a
éstos en las cercanías de Constantinopla, se dirigió al
Sumo Pontífice y lo convenció de que el relevo de los
bizantinos debería correr por orden de los reinos de
Occidente, ante el fracaso de su parte de recuperar los
lugares ocupados por los seljúcidas.
El Pontífice posiblemente acariciaba la idea de finalizar
con el cisma entre la iglesia de oriente y la romana a
través de la superación de los incidentes que requerían
su intermediación, que era deseable finalizaran
con el afincamiento de los representantes de la Cristiandad
en los lugares santos.
Aglutinados bajo el símbolo de la cruz, el citado Papa
logra reunir los requeridos refuerzos europeos y con
ayuda de la prédica inflamada de Pedro "el Ermitaño"
(quien recorriera Francia, Italia y Alemania con sus pies
descalzos y tosco sayo), al que más tarde se le sumaría
Gualterio "sin hacienda", la llamada de Urbano caló
hondo en la conciencia de numerosos espíritus.
Dentro de un desorden poblado de contingentes militarmente
ineficaces, nadie fue rechazado y la sumatoria
del voluntariado dio como saldo que miles de artesanos
y campesinos vendieron sus pertenencias a efectos
de adquirir armas y acompañados por sus familias
partieron con destino desconocido.
Se había dado inicio a la Primera Cruzada, la que, comandada
por barones y caballeros a quienes movía el
más elevado espíritu de servicio, brilló por el
ausentismo de reyes y príncipes, quienes, acuciados
por problemas considerados por ellos "más serios"
dentro de sus estados, no se mostraron proclives a
tales abnegaciones. El más claro ejemplo fue el de España
siempre en pié de lucha en contra del avance
musulmán instalado en el propio terruño. Así y todo,
ciertos nobles españoles respondieron al llamado en
pro de la recuperación de Jerusalem y de sus sagrados
sitios ligados a peregrinaciones desde lejanas épocas.
De modo que, en su afán de respaldar al cristianismo
amenazado, en medio de una marcha desordenada
que no estaría exenta de actos vandálicos, (supervisados
por Ademaro, obispo y delegado papal en la instancia),
las turbas impacientes y arrojadas que no tenían
nada que perder, sembraron el terror a su paso por los
mismos territorios europeos donde saquearon ciudades
cristianas y martirizaron a comunidades judías.
Bernardo de Claraval se horrorizó ante la actuación
infame de esta masa irrefrenable que se desplazaba
anárquicamente encolumnada en el ejército más inorgánico
de todos los tiempos, masa cuyo fervor frenético
produjo la caída de Jerusalem con la consiguiente
matanza aberrante por todos conocida.
¡Cuán inflamado fue su verbo y cuán sincero su pedido
de perdón en tierras de ocupación ante aquellos que no
lo podían comprender!
Para calmar las aguas y otorgarle más seriedad a la
empresa, Bernardo abandonó sus infructuosas discusiones
teo-filosóficas en París (con el doctor Abelardo
entre otros) convencido de que no había nada que hacer
en una plaza destinada a la sofisticación y la retórica
y se lanzó de pleno a apoyar una segunda cruzada,
poniendo énfasis esta vez en las testas coronadas de
Europa para lograr un apoyo contundente.
De allí en más, los ejércitos contarán con una organización
estructurada y coherente, bajo la conducción
de la flor y nata del feudalismo con sus monarcas encabezando
la empresa.
En efecto, sus conductores dejan regentes a cargo de
los regios sitiales y subyugados por una causa tan misteriosa
como desconocida y por qué no por los probables
beneficios derivados de la misma, optan por relegar
a esposas e hijos a una distancia indefinida por el
tiempo que ello fuese necesario. Es más, ante el avance
sostenido de los moros en España, país vecino, Francia
junto a otros países aliados, entiende que se impone
salir de las fronteras para frenar el avance islámico.
No los rechazarían en su propia tierra como los ibéricos,
sino que los retendrían en sus lugares de origen
mediante la lid, lanzándoles encima todo el peso con
que contaba la armada de la cristiandad.
SocialTiempo No Bisiesto
Nº 41 - febrero 2009
KonoZer 10 SocialTiempo No Bisiesto
Nº 41 - febrero 2009
KonoZer 10
Aquí se suma el factor político a la idea primigenia de la
Cruzada lanzada por Urbano en su momento. Ya no interesaba
tanto proteger el camino de los peregrinos en
tránsito para lavar sus pecados en Jerusalem, ni tantas
otras consideraciones esgrimidas anteriormente.
Se imponía, asimismo, el frenar la ruta hacia Europa de
los ejércitos del Islam.
Pero había que mantener la mística que toda esta colosal
operación requería. Y nada mejor que enfatizar sobre
el afianzamiento occidental y cristiano en tierras
donde nació, vivió y predicó Nuestro Señor Jesucristo.
Pero Bernardo, cuya cultivación proverbial le impedía
mantenerse en carácter de espectador dentro del escenario
internacional de la Cruzada, entrevió más lejos
que sus pares. Sopesó que era factor clave el fundar
una tropa de élite, que bajo sus dictados y organizada
en torno a una estricta Regla por él creada, contase
con el apoyo incondicional del Papado y fuera eficaz
embajadora de la política y religiosidad francesa. Con
esta determinación, se estaba propiciando el nacimiento
de las Órdenes de Caballería.
Para ello, funda la Orden de los Pobres Caballeros de
Jesucristo, orden de carácter monástico-caballeresca,
imbuida de un inusual sentido religioso-militar, la
cual estaba llamada a sentar un precedente operativo-
especulativo en la historia de los futuros grupos armados
al servicio de una determinada causa.
Operativamente, se trataba de un poderoso grupo militar
de impecable formación para el combate, dotado
de una templanza incomparable que le impedía rendirse
ante el adversario aún en las situaciones más adversas;
especulativamente, el mismo ejército antedicho
poseía un intrínseco carácter espiritual de combatir
con la ayuda de la iluminación divina a enemigos tan
enmascarados como suelen ser los propios demonios
interiores (codicia, lujuria, gula, envidia) de todos y cada
uno de sus alistados.
Recordemos aquellos viejos grabados que nos muestran
a un par de soldados templarios cabalgando sobre
un mismo corcel. En la práctica no pudo haber funcionado
así, dado que ningún animal podría soportar el
agobio extra (durante interminables jornadas) producido
por el peso de dos personajes vestidos con cota
de malla y demás pertrechos guerreros y menos aún,
pelear en esas condiciones de escaso margen de acción.
Indudablemente, allí en esa efigie había otra connotación,
a saber: Caballero y Monje, Cuerpo y Espíritu,
Arrojo y Voluntad, Fuerza y Reflexión….
Mas volviendo a Bernardo de Claraval, ¿cuál fue su móvil
promotor de esta singular Fuerza? ¿Qué debieran obtener
allá lejos estos templarios aparte de tierras donde
consolidarse y luego defender en nombre de Dios
Todopoderoso? ¿Su misión tendría un objetivo que establecer
de regreso a casa, en el caso de que no se
preservasen los territorios conquistados? Lo analizaremos
más adelante.
Al apersonarse los primeros nueve voluntarios a título
de vanguardia bernardiana en la Ciudad Santa, éstos
son alojados por el rey cristiano en las caballerizas
ruinosas del templo una vez construido por Salomón
en honor de su Dios (y que fuese saqueado tantas y
repetidas veces a posteriori), y de allí en más, pasaron
a ser caratulados como "Templarios".
Transcurren allí algunos años, no habiendo constancia
de su actuación en asuntos de relevancia. Regresan
luego a Francia, adonde comienzan a sumárseles aspirantes
a través de Alemania, Italia, Inglaterra y España,
y esta vez, convenientemente robustecida por el apoyo
obtenido, la singular caballería monacal parte nuevamente
hacia Jerusalem. Algunos dicen que los movilizaba
la finalidad de hallar las Tablas de la Ley, compendio
de la sabiduría de todos los tiempos. Nunca se sabrá
a ciencia cierta.
Consolidan puestos de ayuda a peregrinos en tránsito
y van fundando otros tantos asentamientos en la ruta
del perdón. Comienza a destacarse su servicio de banqueros,
manejando las letras de cambio que evitan a
los viajeros medievales el desplazarse con el metálico
necesario para tan largas jornadas de viaje, estada y
regreso. Comienza a florecer el intercambio comercial,
donde también el tráfico de reliquias ocupará su
espacio preponderante.
La Iglesia los eximió de pagar impuestos a la sede católica,
del mismo modo que los relevó de oblar al erario
público muy a pesar de las voluntades gubernamentales.
Así, tan eficientes banqueros como frugal su vida, recibiendo
importantes donaciones de tierras donde asentar
bailías, comienzan a lograr una importancia y solidez
económico-financiera que propiciará la envidia y la
calumnia entre sus detractores.
Mientras tanto, una nueva Cruzada, esta vez de tinte
local, sacudiría la occitania, a la fecha un conglomerado
detentado por barones, condes y vizcondes de la
llamada nobleza rural, que no se sentían representados
por el rey de la flor de Lis. Sus propios ejércitos y la
voluntad del campesinado vasallo estaban prestos para
enfrentar a quien quisiera interferir en su particular
modo de vida y costumbres.
Bajo el lema de aniquilar a la herejía cátara, la Corona
de Francia incorporaría territorios y bienes que codiciaba
desde antaño. Una oportunidad servida en bandeja
de plata.
Analicemos como sucedieron estos hechos.
La vida en ésas cortes era próspera y galante y lo que
era prohibido en el norte no lo era en el sur. Nobles
cultivados pero campesinos, bien poco tenían en común
con la iglesia decadente de por entonces y las
regias costumbres parisinas.
En un principio, no llamó la atención de nadie cuando
una especie de monjes-laicos indigentes venidos inicialmente
de Albí, comenzaron a recorrer las comarcas
pregonando una nueva religión sin sacerdotes, más
ligada a las fuentes del cristianismo de los primeros
tiempos (bien que con ciertas modificaciones conceptuales)
donde se instaba al desdén hacia la iglesia secular
de la época, que, volcada a lo mundano, daba la
impresión a los numerosísimos desposeídos medievales
de que se había entronizado en los sitiales del
poder y no ya en aquéllos meramente relacionados con
los del espíritu.
Los señores feudales escucharon el pregón de los recién
llegados quienes se expresaban en un contexto
de ideas innovadoras, inflamadas y revolucionarias y,
poco a poco, fueron cautivados por el desinterés económico
exhibido por parte de estos personajes de tan
singulares características quienes, mendicantes ellos,
aborrecían además todo aquello que estuviese relacionado
con el sexo (aparte de los bienes materiales),
cuna de todos los males de la humanidad de acuerdo
al pensamiento esgrimido en itinerantes pregones.
El Bien y el Mal, era el principio dual que regía sus vidas.
Para combatir al Mal que era representado por el
cuerpo humano, se aconsejaban insalubres ayunos que
llevaban con frecuencia a la pérdida de la vida misma,
pues total, brotada ella del pecado, poca importancia
tenía.
La nueva filosofía cátara ganó un terreno inesperado
en un lapso demasiado breve, despertando el recelo
del clero oficial y el del rey Luis VIII y su esposa (quien
más tarde ya viuda asumiera la regencia de Francia en
ausencia de su hijo Luis IX, futuro San Luis, partido a
Tierra Santa) Blanca de Castilla, partes éstas que de
común acuerdo constituyeron una alianza militar para
aplastarlos costare lo que costare.
De modo que, predicada por el papa Inocencio III, vemos
que en 1209 es lanzada al ruedo la cruzada
albigence que debuta con la caída de Carcasonne y
con la muerte de su joven vizconde Trencavel.
"¿Cómo reconocer a los cátaros?", nos dice la leyenda
que preguntó Simón de Montfort por entonces al
Papa. Y éste respondió: "Vosotros matadles a todos.
Dios allá arriba reconocerá a los suyos".
Simón de Montfort, ilustre y decidido caballero, se puso
al frente de las tropas del poder y a su paso siniestro,
la hoguera de la inquisición no dejó de encenderse durante
los casi cuarenta años que duró la gesta. También
es cierto que el aludido hubo muerto en el sitio de
Toulouse en 1218, tras lo cuál su hijo Amaury tomó su
lugar.
Sin embargo, poco más tarde el nombrado Amaury,
viendo que era incapaz de frenar los movimientos de
liberación que se alzaban por doquier, se retira de la
escena no sin antes donar todas las posesiones conquistadas
por su padre al soberano francés. De allí en
más, la intervención personal del Rey se hizo sentir
bajo la forma de ostensible presión, para, mediante
amenazas, lograr la deserción de Toulouse de las filas
occitanas.
La historia nos narra que la resistencia sureña fue denodada.
No se cedía un palmo a los requerimientos del
de Montfort y los suyos ni a los embates feroces de la
Inquisición dirigidos con ardoroso celo por Domingo de
Guzmán (futuro Santo Domingo); puestos en la instancia
de morir, los accitanos preferían hacerlo bajo sus
banderas y su común lengua d'oc, unidos por una causa
de carácter "vecinalista" por denominarla de alguna
manera, en lugar de plegarse a los dictados de las
voluntades emanadas del imperativo norte francés.
De todas formas, veremos que en un confuso episodio
que la crónica de la época no ha sabido explicar con
claridad, y ya reconquistada Toulouse de las manos de
los ejércitos cruzados, su conde Raymond VII es obligado
a abjurar de su contraofensiva occitana y pedir
públicamente perdón en París a efectos de obtener su
absolución, del mismo modo que, sometido totalmente,
debe jurar fidelidad incondicional al trono francés.
Posicionado entonces en las filas del bando contrario,
se vería obligado desde ése momento a combatir la
denominada herejía cátara en su nuevo carácter del
soldado del rey.
Concluyendo, comenzada como una guerra religiosa
para el común de la gente, la cruzada albigence se resume
a un despiadado enfrentamiento en torno a conquistas
políticas.
Los dominios reales salen fortalecidos de esta sangrienta
contienda. Podríamos decir que alrededor de
1271 el languedoc fue anexado definitivamente a la
Corona.
Todo concluye de manera tajante con la muerte del último
de los "parfaits" (perfectos) llamado Guillaume
Bélibaste, quien fuera quemado vivo en la hoguera emplazada
en Villerouges-Termenes.
Estas conquistas, compensaron en buena parte la pérdida
soportada por las arcas reales, atrozmente empobrecidas
ante la demanda de enormes recursos proveniente
de los cristianos de la otra gran cruzada, la
Cruzada Internacional. Lo que hoy conquistaban mañana
lo perdían y debían mantenerse ejércitos enteros en
pié con dinero fresco venido de Europa.
La tercera cruzada nos muestra el fracaso a que estaban
destinadas las tropas occidentales invasoras y su
oneroso mantenimiento que les impediría proseguir en
funciones.
Con la muerte de Luis IX emprendido ya su regreso a
Francia, el espíritu guerrero comienza a decaer y los
musulmanes se verán fortalecidos obligando a los cristianos
a poner los pies en la ruta hacia sus países de
procedencia.
De allí en adelante, la fragilidad sostendría ciertas empresas
bélicas de tenor disperso, pero en esencia, lo
primordial estaba perdido.
Se sostiene que fueron las discrepancias entre los
jerarcas de las tropas cristianas, sedientos de supremacía,
los que provocaron la pérdida de Tierra Santa.
Ante tales desavenencias, Saladino ganó terreno a pasos
agigantados y un incidente desafortunado como
fue aquel del ataque a una de sus caravanas por parte
de un ala sediciosa de los cruzados, irrespetuosa de
un tratado suyo con el rey Balduino, terminó con la frágil
concordancia mantenida en base a negociaciones
entre las partes involucradas.
Consideradas como estrepitoso fracaso por parte de
no pocos autores, las Cruzadas aportaron la puesta en
marcha de un comercio inusual entre oriente y occidente
donde cantidad de mercancías se desplazaban
en forma ininterrumpida de un confín al otro propiciando
una fluidez de divisas que permitió el florecimiento
económico de gente que no hubiese soñado jamás con
un tal bienestar en Europa.
Las artes en general, la medicina, las matemáticas, la
alquimia, la sabiduría edilicia puesta al servicio de obras
formidables, todo vino de la conexión con el Oriente. Es
probable que también cierta Iluminación mental haya
sido asimilada por parte de los participantes occidentales
en la empresa.
Y aquí llegamos al punto donde es menester comenzar
a responder algunos de los interrogantes que motivaron
la formación de la Orden del Temple.
Indudablemente que el plan "A" contempló como primera
medida el apoyo de tan singular fuerza al poder
cristiano entronizado en Jerusalem bajo la consigna
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario