Hola Antonio Jesús,
Nos reunimos muy temprano en un día de Pascua lleno de luz, un poco cansados por la Vigilia de la noche anterior pero renovados por el air fresco y el sacramento de la naturaleza de la que somos parte.
Los participantes del retiro y los isleños llegaron de diferentes partes de la isla, y del mundo, a saludar la puesta del sol. Nos colocamos alrededor de una roca en medio del campo, la cual marca el centro exacto de la Isla Bere. Se ha observado desde la isla y desde la Bahía por miles de años, erecta con un propósito que apenas podemos imaginar. Hoy en día está cubierta de musgo verde claro, resguardada por el aire marítimo. Su roca gris y quietud sin forma nos lleva más cerca de nuestro propio centro interior.
Nuestro grupo era vivaz y juguetón a principio pero pronto se fue aquietando en atención mientras mirábamos la estrella de la mañana en el Este. Entre nosotros y el horizonte brillante había la silueta de una montaña por donde parecía que el sol aparecería. Había largas y delgadas líneas de nubes que se mezclaban con el agua. Arriba en el cielo aparecía la huella del vapor de una aeronave que momentáneamente parecía atrapada en la aurora rosada de la mañana. Atrás de nosotros, podíamos ver una intensa blanca luna, lista para posarse.
El participante más joven del retiro, un estudiante de teatro de Polonia, leyó la primera parte del Evangelio de San Juan, el cuál describe cuando los discípulos llegan a la tumba vacía, y como comienzan ellos a comprender las Escrituras que muestran que El resucitaría de entre los muertes y retornaría a casa. Volvimos a nuestro silencio atento; miramos y esperamos. Una madre cargó a su niño mientras que alguien se le acercó para ofrecerle ayuda para cargarlo.
Era imposible pensar que el sol no apareciera, pero en algunos momentos la espera parecía muy larga. Una idea irracional cruzó en las mentes de algunos de nosotros de que todo esto era en vano. En otros momentos, cuando los pensamientos se aquietaban en la atención pura y el mantra resonaba sin hacer esfuerzo, la espera se convertía en un trabajo de fe y en paciencia pura. En tiempo real no era posible observar si la luz se hacía más clara, pero en otros momentos parecía que sí y que el momento esperado estaba por llegar. Asegurarnos de que la luz ciertamente se hacía más intensa nos dio un suave gusto por la espera.
En su momento apareció el círculo del sol sobre la cima, oro puro derramándose contra la línea obscura del cielo. A principio parecía subir muy rápido. A medida de que más alto subía, era menos obvio y el oro se intensificaba en una órbita blanca que te hacía cerrar los ojos para poder verla.
Las personas que erigieron la piedra hace miles de años habían visto lo que ahora nosotros testificábamos. Tal vez ellos también esperaban en adoración a esta maravilla diaria de confiabilidad de la naturaleza. Estábamos parados en la fe del Cristo Resucitado y veíamos la puesta del sol como un sacramento - como toda la belleza de la naturaleza y de los amigos amorosos de quienes esperábamos su bendición. El miembro más viejo del grupo, un meditador de la isla, leyó la segunda parte del Evangelio, cuando Jesús le abre su corazón a María Magdalena para que ella lo reconociera.
Más tarde alguien me dijo que la espera le había parecido larga. Pensó que cuando finalmente el sol apareciera esto pudiera decepcionarlo. Pero cuando finalmente el sol se puso toda la fatiga y duda de la espera habían desaparecido como el rocío de la mañana y entonces surgía la alegría incondicional, la paz y la admiración de la Resurrección que ilumina al mundo.
De parte de todos nosotros: Felices Pascuas y Aleluya!
Laurence Freeman OSB
No hay comentarios:
Publicar un comentario