Esta es la explicación de la verdadera naturaleza de la escita por San Pablo a los
Hebreos:
“Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.
Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue
formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve”.
(Hebreos 11:1-3)
El gran problema que muchos Cristianos encuentran en este momento de la historia es
que muchas de las palabras que utilizamos para expresar nuestras creencias, nos han
fallado. Ya no tienen el poder para mover nuestros corazones, de cambiar nuestras
vidas. Una palabra clave es “fe”. Por eso creo que la meditación tiene suprema
importancia para nosotros porque nos lleva a la experiencia de la fe.
La fe es simplemente la apertura de nosotros, al compromiso, a la realidad espiritual
fuera de nosotros y es en lo que basamos nuestra vida. San Pedro, cuando escribía a
los primeros Cristianos les aconsejaba: “Guarda a Nuestro Señor en toda reverencia
en tu corazón” y los autores de las cartas a los Hebreos nos dicen que por la fe vamos
de lo visible a lo invisible, a la realidad espiritual. Estos dos puntos están arraigados en
la experiencia de la oración.
Es por eso que la disciplina de nuestro diario compromiso a la meditación es de gran
importancia. Como sabes, cuando comienzas a meditar y a integrar la oración en tu
vida, puede ser como “bien divertido”, pues nos entra una ola de entusiasmo espiritual.
Pero cuando debes regresar cada día y al aprender a estar en un silencio profundo y en
apertura, pronto descubres que esto requiere de mayor amor de tu parte – no solo de
entusiasmo. Cuando la gente te vea dirán: “¿Qué haces sentado en silencio, sin hacer
nada?”. Casi todos los valores de nuestra sociedad marchan en contra de este acto de
fe, en el que te sientas, cierras tus ojos a lo visible para abrirlos a la realidad invisible.
En la misma carta a los Hebreos el autor dice:
“...corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada
en Jesús, de quien depende nuestra fe de principio a fin” (Hebreos 12: 1-2).
De esto se trata la fe. De abrir nuestros ojos a la gran realidad que Jesús nos revela,
quien nos revela al Padre. Quitamos nuestras miradas de nosotros mismos. Cuando
meditamos dejamos de estar preocupados de nosotros mismos de nuestra perfección,
de nuestra sabiduría, incluso de nuestra felicidad. Nuestras miradas están fijas en
Jesús y de El recibimos todo, literalmente, todo. Debemos hacer la carrera y
despojarnos de todas las dificultades que podamos tener, cualquiera que sean. Jesús
– por la búsqueda del gozo que le esperaba, dio todo de sí en la cruz, haciendo ligera su
pena, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
La meditación aligera nuestro corazón pues aprendemos que solo hay algo esencial en
la vida y consiste en abrimos y entrar en armonía con el autor de la vida, con la Palabra
de donde se genera nuestra vida, con el Hijo encarnado de Dios, con nuestro Señor
Jesús. Nuestra fe es la fe que está descrita en el término de los evangelios sinópticos
llamado “el Reino de Dios” y el Reino de Dios es simplemente el poder de Dios en su
trono en nuestro corazón. Esto es lo que nos hace ligeros de corazón y esto es de lo
que se trata la alegría Cristiana.
Ese poder de Dios está sólidamente arraigado en nuestro corazón. Nada, ningún poder,
ninguna dominación, ninguna prueba, puede perder esa fe arraigada. El Reino que
tenemos es sólido. Como Cristianos debemos aprender a comunicar ese Reino y esa
fe. Pero solo lo podemos hacer si la realidad de ese Reino no es solo una teoría para
nosotros, sino que esté integrado solidamente en nuestro ser. Como sabes, meditar es
aprender a estar profundamente quieto y profundamente atento a la realidad espiritual.
En la meditación aprendemos a distinguir lo que pasa y lo que es permanente.
Aprendemos a ver la diferencia entre el tiempo y la eternidad. La maravillosa
experiencia liberadora de la oración es liberarnos del tiempo, para poder estar
profundamente insertados en el momento presente del Reino donde podemos ver el
eterno ahora de Dios.
“Así que nosotros, que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos
agradecidos. Inspirados por esta gratitud, adoremos a Dios como a él le agrada, con
temor reverente, porque nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12: 28-29).
De nuevo, el autor de la carta a los Hebreos proclama maravillosamente lo que es la
invitación Cristiana: Adorar, que significa reverenciar, hacernos humildes ante lo
eterno, ante lo espiritual, ante la realidad de Dios. Debemos encontrar esa experiencia
de reverenciar y adorar a Dios dentro de nuestro corazón, dentro de nuestro espíritu. El
simple ejercicio de repetir nuestra palabra nos lleva a esa simplicidad, nos lleva a la
pobreza de espíritu. El autor de The Cloud of Unknowing habla de la meditación como
un ejercicio que desprende la raíz del pecado en nosotros. Al decir tu palabra, al
meditar cada mañana y cada noche, vas perdiendo la raíz del ego interno y todos
necesitamos desprender esa raíz para entonces poder arraigarnos y fundarnos en
Cristo.
Mira de nuevo lo que dice la carta a los Hebreos:
“Ustedes no se han acercado a una montaña que se pueda tocar o que esté ardiendo
en fuego... Por el contrario, ustedes se han acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios
viviente... a Jesús, el mediador de un nuevo pacto”. (Hebreos 12: 18, 22, 24)
Para prepararte a meditar simplemente escucha esta llamada de fe de la carta de los
Hebreos y por nuestra quietud y silencio profundos, vayamos en alabanza y reverencia
a la presencia de nuestro Señor Jesús, el mediador del Nuevo Pacto, del Pacto de Amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario