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sábado, 26 de septiembre de 2009

El Templo de tu Corazón

Moment of Christ - The Path of Meditation -
John Main,OSB

Es importante estar atentos al peligro que existe al usar la imaginación cuando
oramos o meditamos. No creo que sea una exageración decir que la imaginación es el
enemigo de la oración. Esta idea se me ha grabado como resultado de varios
encuentros que he tenido con algunas personas que me parece que han perdido el
sentido de la riqueza de la oración Cristiana por una imaginación hiperactiva. He
escuchado increíbles historias imaginarias como que Cristo baja del altar a hablar con
ellos. Cuando les pregunto que cómo se ve Jesús, responden: “Alto, judío, con cabello
largo, ojos penetrantes... “, etc. Ahora bien, no cuestiono la sinceridad de las
personaos que tienen visiones de este tipo, aunque muchas de esas visiones se deben
a indigestión. Lo que quiero hablarles ahora es sobre la convicción más importante de
los inicios de la Iglesia referente a la presencia de Jesús dentro de nosotros mismos.
Esta es la realidad de la presencia interior del Espíritu. La gran maravilla de la vida
Cristiana es que cada uno de nosotros estamos llamados a vivir a partir de esta
realidad, a vivir a partir de esta realidad dentro de nuestro propio ser. Las dos grandes
palabras Cristianas a las que me refiero al vivir a partir de lo eterno son meditación y
contemplación.

La palabra meditación significa permanecer en el centro, estar arraigado en el centro
de tu ser. La palabra con-templación significa estar dentro del templo con El. El
templo es tu corazón, tu propio centro. La esencia de estar con El es la visión de la
Iglesia en sus inicios y es una visión de absoluta unidad, de unidad con el Absoluto.
Tratamos de proclamar al mundo que este es nuestro destino, divinizarnos al ser uno
con el Espíritu de Dios. La divinización es algo que va mucho más allá de nuestra
imaginación y de nuestra capacidad para comprender esto. Pero aquí está el misterio
del que se nos habla en el Nuevo Testamento, y está en nuestra capacidad de poder
experimentarlo en el amor. Es en nuestra capacidad de amar y de estar arraigados al
amor, que es la esencia de la divinización.

Cuando San Pablo habla de esta realidad, él enfatiza la presencia presente de esto.
Para él, es Jesús quien nos da la salvación. La “Salvación” es la liberación de todas
nuestras limitaciones. En la palabra hebrea la liberación de la esclavitud : “...de que
también ellas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la
libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).


“...que nos salvó y nos llamó con vocación santa, no en virtud de nuestras
obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia que nos fue dada en Cristo
Jesús antes de los tiempos eternos y manifestada al presente por la aparición
de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que aniquiló la muerte y sacó a la luz la vida y
la incorrupción por medio del Evangelio”. (2 Timoteo 1:9-10).

El Evangelio es el anuncio, la buena noticia de nuestra liberación de la
esclavitud. Si ponemos estas palabras en un lenguaje de nuestro tiempo,
significa la liberación de nuestro egoísmo, de todo aquello que nos aisla o que
nos limita; cambiamos todas estas limitaciones por el amor ilimitado de Dios.
Estas es la realidad a la que debemos estar abiertos en nuestra oración – a su
presencia presente. El Espíritu de Cristo, es un regalo puro, es el regalo de su
Espíritu, la verdadera base de nuestra realidad. Y, el arte de vivir, de un ser
humano pleno, no es vivir a partir de la superficie o a partir de la trivialidad, pero
a vivir a partir de lo que Jesús llama “el manantial interno”, de la vida eterna que
emana de nuestro ser interno. Este es el mensaje de San Pablo:

“...para que se consuelen vuestros corazón, a fin de que, unidos en la caridad,
alcancéis todas las riquezas de la plena inteligencia y conozcáis el misterio de
Dios, esto es, a Cristo, en quienes se hallan escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia”. (Colosenses 2:2-3).


Esto es posible para nosotros y lo dice San Pablo: “Pues en Cristo habita toda la
plenitud de la divinidad corporalmente, y estáis llenos de El, que es la cabeza de todo
principado y potestad” (Colosenses 2:9-10). Es por esto que en nuestra oración,
cuando meditamos con toda lealtad cada mañana y cada noche, debemos ir más allá
de la imaginación, más allá de cualquier pensamiento, aún pensamiento o imaginación
sagrada. Es por eso que debemos estar totalmente quietos y reverentes a la
presencia del misterio de Dios, a este manantial interno, porque es a partir de este
misterio que estamos invitados para vivir. “...arraigados y fundados en El,
corroborados por la fe, según la doctrina que habéis recibido, abundando en acción de
gracias” (Colosenses 2:7).

Vamos a aclarar esto. Por maravillosamente intoxicante que sea este mensaje,
debemos recibirlo con toda sencillez y humildad. Es por esta razón que debemos decir
nuestra mantra y además decirla con una gran lealtad profunda cada mañana y cada
noche. Debemos repetirla sin expectativas, sin pensar que vamos a presionar a Dios o
que le vamos a retorcer el brazo para que se de alguna forma se nos aparezca.
Simplemente lo que vamos a hacer es la cosa más directa que podemos hacer si
verdaderamente queremos vivir nuestras vidas en plenitud y vivirlas a partir de la
profundidad infinita que contiene, el gran potencial infinito.

Lo vivimos en unión con Cristo. Esta es la maravilla real de la meditación, en la que
renunciamos a nosotros mismos porque entramos al templo con El. Es en ese
renunciar a nosotros mismos que nos encontramos a nosotros mismos en Cristo. Y
es en El que nos expandemos al infinito en el corazón del amor. Estamos llamados a
experimentar lo que dicen las palabras llenas de inspiración de San Pablo a los
Colosenses:

“Pues como habéis recibido al Señor Cristo Jesús, andad en El, arraigados y fundados
en El, corroborados por la fe, según la doctrina que habéis recibido, abundando en
acción de gracias... Pues en Cristo habita toda la plenitud de la divinidad
corporalmente, y estáis llenos de El, que es la cabeza de todo principado y potestad”.
(Colosenses 2:6-7, 9)

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