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jueves, 13 de noviembre de 2008

EXPANSION DE LOS TEMPLARIOS

EXPANSIÓN

No para nosotros Señor, no para nosotros, sino para gloria de tu Nombre

El Concilio de Troyes y el entusiasta respaldo de San Bernardo provocaron el éxito de la nueva milicia en toda la Cristiandad.

Para ingresar en las filas del Temple acudían a Tierra Santa, además de caballeros sin tacha, innumerables miembros de la nobleza menor que, privados de bienes y tierras, habían vivido en el pecado, la lujuria y el crimen. Bernardo de Claraval consideraba una victoria de Cristo la conversión de esos degenerados a la Orden templaria. Desde el primer momento se quiso dejar claro que para los Templarios las obligaciones religiosas siempre deberían estar por encima de las militares, porque se entendía que un cristiano reconfortado con el favor divino se hallaría más dispuesto al martirio.

Lógicamente, no se suponía que los nuevos monjes-caballeros eran enviados a la muerte, ya que por su condición de excelentes guerreros lo más probable es que triunfasen en cualquier batalla que fueran a librar, al contar con la importante ayuda añadidas de Dios. Así era la mentalidad de la época. En torno al joven abad de Claraval se agruparon Pedro el Venerable, abad del Cluny (la otra gran orden monacal aparte de la del Cister), el abad Suger de Saint-Denis, el prior de la Cartuja y Esteban Harding, abad del Cister, impulsando entre todos ellos el nacimiento y crecimiento del Temple.

Favorecidos por las redes de monasterios que obedecían a ese grupo de grandes abades aliados de Bernardo, el pequeño pelotón de Templarios que había asistido a Troyes se dispersó por los diversos reinos europeos para presentar en vivo el mensaje del concilio y logró en todas partes un apoyo inmediato. Císter, Cluny y Temple colaboraron estrechamente Hugo de Payns y sus compañeros donaron al Temple sus tierras, con las que se constituyeron las primeras encomiendas. Una riada de nuevos reclutas para la Orden se incorporó a los trabajos de los cinco misioneros templarios, llamados de todas partes para que explicasen su vocación, que sintonizaba perfectamente con el sentido cristiano y caballeresco de aquellos tiempos.

Todos ellos recibían donaciones en cantidad y calidad sorprendentes, que en pocos años, con el apoyo de Cister y Cluny, transformaron Europa en un auténtico entramado templario. El extenso recorrido de los cinco monje-soldado por varios reinos después de la clausura del concilio de Troyes fue verdaderamente triunfal. Fueron acogidos con entusiasmo y generosidad desbordantes por reyes, obispos, príncipes, nobles y el pueblo, prácticamente sin excepciones. Las hazañas de los cruzados en Tierra Santa habían inundado de fervor religioso a las gentes de Occidente, y la ayuda al Temple, esa Orden que resumía y concentraba lo mejor de la Cruzada y que estaba avalada por San Bernardo y sus aliados, ofrecía a todos la posibilidad inmediata de participar en la defensa de los Santos Lugares. Hugo de Payns se dirigió a Anjou y Maine, con gran éxito.

Después recorrió Poitiers y Normandía, donde de alguna manera estaba emparentado con los duques gobernantes, así que fue muy bien atendido. Se le concedieron tierras e importantes donaciones de todo tipo, se le permitió hacer una recluta, se le abrieron las iglesias y se le dejó hablar en las plazas.

Allí, Enrique I de Inglaterra le comunica que existe gran expectación por conocer al Temple en su país, por lo que el maestre se presenta en Inglaterra y Escocia, de donde consiguió traerse un buen puñado de hombres. Desembarcó en Flandes y llegó a su Champagne natal en enero de 1129, acompañado por gran número de nobles y caballeros que habían tomado la Cruz. Muchos de ellos deseaban ingresar en la Orden nada más llegar a Jerusalén.

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