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miércoles, 17 de diciembre de 2008

EL SISTER Y EL TEMPLE II

En la primera parte destacan, especialmente, los siguientes aspectos:

1. Excelencia de la vida y muerte del caballero. La admirable novedad de la nueva orden es que una misma persona combata por las armas a un enemigo poderoso, como lo hacen los caballeros, y al mal, al diablo, con la firmeza de la fe, como los monjes. Para este caballero todo son perspectivas favorables: si vence, obtendrá la máxima gloria, pues lucha por Cristo; si muere, la máxima dicha, pues muere por Cristo (8).

2. Santidad de la nueva milicia. Lo es porque defiende la causa de Cristo. Está exenta de todo peligro que acecha a un ejército secular: ser muerto puede acarrear al caballero la muerte espiritual también, porque al morir mientras deseaba matar es, en realidad, un homicida; vencer y matar es sucumbir a una inmoralidad, ser también un homicida. Incluso la legitima defensa plantea a San Bernardo algunos reparos pues no deja de ser una anteposición del bien corporal al espiritual (9).

3. Clases de milicia. Jugando con los términos malicia y milicia, contrapone la caballería —malicia— con la verdadera milicia de Cristo. Los primeros se mueven por torcidos objetivos, combaten por odio, ambición o vanagloria —preocupados por los adornos, como las mujeres— y su fin sólo puede ser la muerte, propia o del enemigo, pero siempre con muerte espiritual, la única terrible. Los soldados de Cristo le sirven muriendo y matando: con seguridad de conciencia en uno y otro caso. Si matan, porque lo hacen para defender a los justos: su acción es un malicidio; si mueren, porque han llegado a su meta. No propone la muerte de los paganos como algo necesario, si se hallan otros medios para combatir su opresión sobre los justos, pero, en las actuales circunstancias, es preferible esa solución para que no pese el cetro de los malvados sobre el lote de los justos (10).

4. Licitud del uso de la fuerza. Es preciso desenvainar las dos espadas —espiritual y material—contra todos los enemigos de la fe cristiana. Es preciso mantener la libertad de Jerusalem: para demostrarlo aporta un abrumador número de citas de los profetas. No olvida, sin embargo, advertir contra una interpretación literal de estos textos y prevenir contra la tentación de considerar a la Jerusalem terrestre como bien absoluto cuando es, únicamente, figura de la verdadera Jerusalem, la celeste (11). Tras este panorama general, describe la vida de los templarios y ensalza hiperbólicamente las virtudes que atesoran estos monjes soldados: disciplina, austeridad, vida común, humildad, trabajo, ausencia total de actividades frívolas e innecesarias; en lo militar destacan por su valor, organización, previsión, ansia de victoria, no de gloria y, sobre todo, por su confianza en Dios (12). Compara la misión del Templario, cuya vida santa adorna el nuevo templo más que la belleza material al antiguo Templo, con la actitud del propio Cristo expulsando de él a los vendedores. La gloria del templario es doble, por su conversión y por el servicio que presta; como lo es la de Jerusalem, por su santidad y por ser instrumento de santificación para esta milicia (13). La segunda parte considera un itinerario espiritual, de renovación del hombre, que culmina, como hemos dicho, en la plena identificación con Cristo. La excelencia de los lugares mencionados constituye el gran impulso de la cristiandad hacia Oriente y, al tiempo, la máxima alabanza del Temple. Belén, casa del pan, donde nace el alimento espiritual para el hombre (14); con este alimento el hombre ha de pasar de la flor, Nazaret, al fruto, al reconocimiento de la plena divinidad de Cristo, de modo que no le ocurra como al pueblo judío, incapaz de llegar a la "verdad plena" (15). El Monte de los Olivos y el valle de Josafat son la invitación al examen y confesión de los propios pecados (16); con ello el hombre alcanza su plena curación espiritual en el Jordán, santificado por el bautismo de Cristo y la presencia casi patente de la Trinidad (17).

En el Calvario se opera la plenitud de la salvación, por el total despojo de Cristo, como ha de hacer el hombre (18). El Santo Sepulcro es el lugar más emotivo (19), San Bernardo, además de apelar a la emoción del peregrino, redacta un elevado tratado teológico sobre la salvación en el que emplea un tono muy diferente del utilizado para referirse a los demás lugares. La muerte, paso obligado para el hombre como consecuencia del pecado, una muerte voluntaria impuso una muerte inevitable, exige una satisfacción por la deuda del pecado —el sufrimiento corporal de Cristo—, al tiempo que su muerte voluntaria nos merece la vida: pudo morir por ser hombre y no pudo morir inútilmente por ser justo. Tras una larga argumentación teológica sobre la locura de la salvación, adivina el autor quienes puedan contemplar el lugar mismo de la sepultura del Señor se sentirán como poseídos de la más dulce e intensa devoción..., y olvidarán las penalidades, gastos y peligros del viaje. El tono vibrante de san Bernardo hubo de electrizar el ánimo de quien leyese este pasaje como tantas veces ocurrió con quienes le escucharon en la predicación de la segunda cruzada. Tomando como recurso la etimología de Betfagé, casa de la boca, apela el santo a la conversión del pecador y la confesión de sus pecados, como primer paso de su existencia renovada. Esboza una más amplia meditación sobre la confesión, las disposiciones de los penitentes y el modo de proceder de los sacerdotes (20).

Al fin, el hombre renovado llega a Betania, la casa de la obediencia, virtud esencial en la vida del hombre nuevo, tanto en la acción como en la contemplación (Marta y María) (21). Programa de renovación para el hombre y programa de vida, san Bernardo trasciende en su escrito la sola alabanza de la Orden. No es difícil suponer el efecto que tales argumentos, que constituyeron muy probablemente el esquema de sus predicaciones orales, hubieron de causar en los hombres de su tiempo. Es indudable que su acción fue decisiva en el crecimiento del Temple, tanto como en la promoción de una nueva cruzada

. NOTAS 1.- Sobre los Templarios puede verse, entre una amplia bibliografía, BORDONOVE, G. Les Templiers. Historie et tragedie. Paris 1974; DAILLIEZ, L. Histoire generale des Templiers. I. Gouvernement et institutions. Niza 1980. DEMURGER, A. Vie et mort de l'Ordre du Temple, 1118-1314. Paris 1985.

2.- La Regla del Temple en DAILLIEZ, L. La règle des Templiers. Alpes-Méditerranée, Ed. Imprésud, 1977.

3.- El texto de este tratado, Liber ad milites Templi. De Laude Novae Militiae, se halla en P.L. tomo 182, cols. 921-940. Se han hecho de él diversas ediciones, entre ellas, por recientes y accesibles, cito la preparada por los Monjes cistercienses españoles, Obras completas de San Bernardo, I, 496-543. Madrid, BAC, 1983, y las Oeuvres complètes. Colección Sources Chrétiennes, 367, Éloge de la Nouvelle Chevallerie. Vie de Saint Malachie. Épitaphe, Hymne, Lettres, ed. de EMERY. P-Y, 19-133. Paris 1990.

4.- Sermón a los clérigos sobre la conversión. Obras Completas de San Bernardo, ed. Monjes Cistercienses españoles, I. 361-424.

5.- Vida de San Malaquías, Obras completas..., vol. II, 315-429.

6.- Carta 42: Tratado sobre el ministerio episcopal. Ibid. 430-487.

7.- S. BERNARDO, Obras Completas, BAC, I, 496-497.

8.- Ibid. 499.

9.- Ibid. 499-501.

10.- Ibid. 503-505. Sobre la posición de san Bernardo respecto a la matanza de infieles, vid. DÉRUMEAUX, P. Saint Bernard et les infidèles. "Mélanges Saint Bernard", 68-74. Dijon 1954. Conviene recordar la contundente defensa que san Bernardo hace de los judíos. Vid. LUDDY, San Bernardo, 522-523.

11.- Ibid. 505-507.

12.- Ibid. 507-511.

13.- Ibid. 511-513.

14.- Ibid. 514-517.

15.- Ibid. 516-519.

16.- Ibid. 518-521.

17.- Ibid. 520-523.

18.- Ibid. 522-523.

19.- Ibid. 522-539.

20.- Ibid. 538-541.

21.- Ibid. 540-543.

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