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jueves, 5 de febrero de 2009

Aspectos de la Orden Shao-lin

La jerarquía de la Orden es parcialmente desconocida. Parece agruparse en tres grados básicos: el novicio, el monje sirviente y los monjes de grado alto. El novicio no tiene por qué pertenecer al monasterio, puede ser externo, pero requiere de un periodo de prueba para conocer su actitud y aptitudes, periodo que se suele estimar en un año. El sirviente se dedica a las tareas más duras y se somete a un entrenamiento feroz durante varios años, dos o tres habitualmente, hasta que demuestra su capacidad para cualquier actividad dentro y fuera del monasterio. Si se le considera apto, es admitido como monje de pleno derecho, siendo instruido en bellas artes, ciencias, medicina y artes marciales.







El ingreso era preferiblemente de personas mayores de edad, pero también se admitía a niños cuyos padres no vivían o que no tenían posibilidades para criarlos o para darles una educación mínima. Podían ingresar personas de ambos sexos, aunque eran mayoritarios los hombres, quedando las mujeres, muchas veces, en una actividad terciaria del monasterio. Sin embargo, cuando las mujeres mostraban una aptitud especial, podían aprender lo enseñado a los varones. Son casos excepcionales, pero están documentados. No es exactamente el reflejo de la sociedad, pues las mujeres no podían ingresar en el ejército, pero sí se admitían en las escuelas y estilos si mostraban esa actitud o eran de la familia titular. Aunque, en ambos casos, la situación era muy rara. En el aspecto del ingreso cabe destacar la aplicación de una ceremonia o rito: afeitado de la cabeza —donde algunos ven un simbolismo muy similar al bautismo cristiano—, un baño, una nueva vestimenta y, habitualmente para los profesos, un nuevo nombre, por el que serían conocidos, a partir de ese momento, en el seno de la Orden. Si era posible, lo normal es que el que ingresa, aunque no era una norma escrita, donara parte de su patrimonio a la Orden para colaborar a su sustento y al de personas que no tenían esa posibilidad.







El ascenso se debía a dos factores: el trabajo, el estudio y la enseñanza de la tradición dentro del monasterio, y los hechos o gestas realizados en el exterior. Con el paso del tiempo, los grupos armados monacales se organizaron copiando la jerarquía de los ejércitos de fuera. La manera de progresar en esa jerarquía era mostrando virtud en los torneos interiores, en la aplicación y desarrollo de la práctica marcial y como monje-guerrero en el exterior. Similarmente a como ocurre en Occidente, las gestas heroicas se plasman en documentos o en paneles de piedra y sus protagonistas son elevados a altos rangos de la milicia monástica. Sin embargo, era muy excepcional que un alto rango militar del Templo fuese elevado a categorías próximas a las del abad. Son muy contados los casos en los que esto ha ocurrido en los 1500 años de evolución del monasterio.







La enseñanza del monasterio se enfocaba en la tradición religiosa china, el taoísmo y el budismo ch’an. Cuando se alcanzaba cierto grado se llegaba a otros niveles. Sólo algunos de estos monjes podían acceder a enseñanzas de carácter esotérico que se impartían por los monjes de más edad.







El número de templos o monasterios principales de la Orden era de nueve, al final de su periodo de crecimiento, de varios siglos, con multitud de pequeños monasterios y templos asociados a ellos. Los más importantes, el de Henan y el de Fukien, podían albergar a más de 10000 personas en su ciudadela en su momento de máximo esplendor. La riqueza que se supone en ellos por parte de algunos escritores no fue nunca vista, aunque es lógico pensar la necesidad de almacenar materias primas y elaboradas, y monedas, para cubrir los pagos y necesidades del monasterio. Además, si era necesario, el monasterio matriz ayudaba económicamente a los que dependían de él, para lo que tenían que disponer de recursos.







La vestidura de los monjes es una túnica de color azafrán o dorado —equivalente al color rojo en el simbolismo occidental—, que muestra su relación con el objetivo que pretenden y el esfuerzo que supone alcanzarlo: el Conocimiento de Dios. Sin embargo, para sus tareas cotidianas, las salidas del monasterio y para sus batallas o hechos de guerra, utilizan un calzón y una camisola, atados con cordones. Es raro que coincidan de color, siendo normal que los más novatos lleven un calzón negro y una camisola blanca, mientras que los más experimentados o de mayor grado, llevan la vestimenta al revés. Los maestros de alto grado tienen el privilegio de vestirse de blanco en las ceremonias y acontecimientos de la Orden. El tejido es de algodón y lana, a excepción hecha de los destinados a ceremonias y ciertos eventos, que son de seda.







Su alimentación es fundamentalmente vegetariana. Para paliar los gastos calóricos de los distintos trabajos del templo: entrenamientos, agricultura, mantenimiento, etc., se introdujo el consumo de carne, allá sobre el siglo VII, aunque los propios monjes la comen cuando es indispensable, unas pocas veces a la semana.







Sus armas más frecuentes son el bastón o palo largo, el palo corto, la espada y la lanza. Con el tiempo, y la sofisticación de los estilos de lucha y de los entrenamientos, se desarrollaron distintos modelos de lanza, de espada, cuchillos, cadenas, palos cortos de dos o tres secciones, etc., y se aprendió a utilizar marcialmente algunos elementos cotidianos, como el taburete, el abanico, la porra, la azada, etc. En su equipamiento marcial figura un caballo, enjaezado con una manta, una silla simple y unos arreos mínimos. No se les conoce un escudo, ni armadura, ni casco.







Su vida cotidiana en el templo, para aquellos que reciben instrucción marcial, está marcada por dos pautas: la monástica y la marcial. Por la primera tienen que participar de los oficios, acudir a las ceremonias y los ritos, las celebraciones o aniversarios, y participar de las labores de caridad. Por la marcial, tienen que acudir a distintas salas de entrenamiento. El entrenamiento marcial en un monasterio Shao-lin se calcula en unas seis horas diarias, con un día festivo a la semana, practicando disciplinas internas —como la respiración o chi kung—, técnicas a mano vacía y con armas. Además, era frecuente que algunos participaran de otras clases, los monjes de elevado rango, que tenían que ver con la lectura de textos sagrados, la escritura o caligrafía, la práctica de hierbas curativas, masajes, la medicina y la pintura. Es decir, para aquellos que son los modelos del monasterio, la formación religiosa o espiritual, la formación marcial y la formación intelectual están prácticamente equilibradas.







Los símbolos más frecuentemente manejados por los habitantes del monasterio de Shao-lin son geométricos, semánticos, y pictóricos. Entre los primeros destaca el triángulo, con el vértice hacia arriba —es símbolo de la tríada celeste y de la dirección a seguir—, el círculo —símbolo de perfección, del Tao— y la cruz —dominio de la dualidad, del punto central del hombre, del corazón—. Entre los semánticos están los ideogramas que encierran un significado importante para el practicante, como es el caso del nombre del estilo que desarrollan, el ideograma de un animal representativo, o de la parte del cuerpo sobre la que quieren enfocar su atención, de un dios relacionado o de la familia a la que se pertenece. Por último, entre los pictóricos, destacan dos básicos: los trigramas constituyentes de los símbolos del Pa Kua —líneas rectas enteras y partidas combinadas entre sí—, y el símbolo del Tai Chi. Sobre este último se ha encontrado una variante que consiste en rellenar los círculos pequeños de color complementario con color rojo, con lo que aparecen dos mitades curvas, una blanca y otra negra, con un pequeño botón rojo cada una de ellas. También es frecuente que entre los pictóricos aparezcan algunas armas y animales complementando la información correspondiente a su estilo, escuela, monasterio o familia. Es el equivalente al blasón, pero en estos casos las señales y signos van colocados sobre la ropa, la puerta de la casa, o en una placa del centro de enseñanza, un pequeño banderín en la formación de batalla, etc. Aunque existen los escudos, no era costumbre adornarlos.







Sobre el abandono de la Orden han circulado leyendas. Parece cierto que los monasterios impedían, en la medida de lo posible, que los iniciados de alto grado los abandonaran. Para ello inventaban excusas o sometían a los monjes a alguna prueba de carácter duro o iniciático y si la pasaban quedaban en libertad, pero con prohibiciones, como la enseñanza del propio estilo, la difusión de lo aprendido en el monasterio o de las prácticas que se hacían, o sobre el aprendizaje en ciertas escuelas.







Sobre el secreto, que engloba a los ritos de entrada y salida de la Orden, es evidente que al principio lo había. Existía una norma no escrita de manera que lo que se aprendía en el monasterio, sobre todo lo relacionado con el entrenamiento marcial, quedaba en completo secreto, con prohibición absoluta de divulgarlo, incluido en la propia familia del practicante. Esto se rompió en algunas ocasiones, gracias a lo cual se iniciaron algunos estilos de artes marciales, sobre todo en las cercanías de los cenobios, debido a monjes que salían, o que viajaban, o a espías laicos que se colaban en las sesiones de entreno. Aunque tampoco estaba escrito, los capítulos, o reuniones de la jerarquía, no eran conocidos por nadie, y sólo se hablaba de ello a alguien en la parte que interesaba o que le concernía.







Entre las tareas de los monjes-guerreros, cabe destacar dos básicamente: una mantener el orden y la seguridad en el interior —ya se ha comentado que los monasterios son pequeñas ciudades, en ocasiones con miles de habitantes—, y lo mismo de cara al exterior. Por lo que respecta a esto último, la seguridad del monasterio se aseguraba porque los mismos suelen estar construidos en doble o triple recinto, con murallas que no tenían demasiada entidad, en parte almenadas o con troneras para el disparo de ballesta, y ubicados en una topografía que ofrecía fácil defensa. La otra cara de la seguridad exterior es la que concierne a la de las rutas que unen los monasterios entre sí, los monasterios con los santuarios, que son centro de peregrinación, y con algunas aldeas vecinas.







En cuanto a sus relaciones con otras tradiciones, merece ser destacada la continua y amplia colaboración que existía entre monasterios de diferente orden, así como dentro de ellos mismos, dándose el caso de mantener monjes budistas y taoístas, trabajando en distintos templos, adscritos al mismo monasterio. El intercambio de información tradicional y religiosa, así como relacionada con ejercicios físicos, respiratorios y marciales, llegó a ser muy fluido y se formalizaba en tablillas y manuscritos.





El ideario de los monjes-guerreros era el mismo que el de los monjes puramente conventuales. Su centro de atención, y el foco de su actividad intelectual y espiritual, es el Conocimiento del Tao. Para ello dedicaban horas al estudio de las escrituras de los patriarcas taoístas, y budistas cuando empezaron a aparecer —sermones, diálogos, enseñanzas y anécdotas—, y también dedicaban horas a la meditación, la oración y a la asistencia a clases o comentarios de los maestros del monasterio. Es frecuente que en los momentos de reunión, como es el caso de algunas ceremonias, en las comidas, recepciones, y algunos cultos y conmemoraciones, se leyeran fragmentos de algunas lecturas. Los escritores favoritos eran los patriarcas taoístas, especialmente Lao Tze, Kung Fu Tze (Confucio, para los occidentales), Sun Tze, y más tarde enseñanzas derivadas de los Sutras clásicos de la tradición hindú, así como enseñanzas de patriarcas de la tradición budista china que dio lugar al budismo ch’an, patriarcas como Bodhidarma (Ta Mo) o Hui Neng, y posteriormente Ma Tsu y Hsi Yün, alias Huang Po (conocido en Japón con el nombre de Obaku). Por ejemplo, este poema de Huang Po:







“El Tao es un océano



sin playas ni riberas.



No puede describirse



con palabras certeras.



Las palabras son lotos



de atractivos colores,



que eficazmente curan



las dolencias menores”.



(Enseñanzas Zen de Huang Po, John Blofeld, II, 36)

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