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martes, 10 de febrero de 2009

QAL’AT ABD AL-SALAM

Restos de la herencia musulmana en España

Luis Cebrián Alcaide

La antigua fortaleza árabe de Qal’at Abd al-Salam está ubicada en el margen izquierdo del río Henares, dentro del término municipal de Alcalá de Henares, provincia de Madrid, en una zona de cerros y barrancos. Aunque no es el más alto del lugar, el cerro en que se halla el castillo ofrece una meseta con una extensión aproximada de dos hectáreas, con una forma prácticamente triangular y la protección de un cortado obra de la erosión del río durante sus crecidas, que junto con los barrancos que le rodean hacía difícil acercarse a él sin ser visto. El recinto estaba formado por una muralla que rodeaba el perímetro del cerro, ocho torres de las que una era la albarrana, que aún se conserva, y otra era la del homenaje, que puede distinguirse por su tamaño a pesar de su lamentable estado de conservación. Sin contar los dos torreones que protegían la entrada principal y de los que no se tenía conocimiento hasta su hallazgo en 1989, cuando se realizaron varias catas arqueológicas en la fortaleza y se procedió a la consolidación de la torre albarrana, que se encontraba despojada de los sillares de sus esquinas como consecuencia de la expoliación.



De esta fortaleza también se conserva el aljibe, que está cubierto por una bóveda de cañón y reforzado con arcos fajones de medio punto. Aún mantiene restos de la policromía roja típica de la arquitectura árabe.



De fortaleza árabe a prisión episcopal

La historia de esta fortaleza comienza a mediados del siglo IX o principios del X, cuando se levanta en el emplazamiento actual de dicha fortificación un hins, torre de vigilancia que formaba parte de la llamada Marca Media (una de las tres fronteras que delimitaban los territorios dominados por los árabes).

A mediados del siglo IX los territorios fronterizos de Toledo se distanciaron del califato Omeya, llegando a ser dueños de esas tierras el clan de los Banu Qasi, creándose con ello un clima de guerras internas dentro de este territorio entre las familias musulmanas más poderosas, que alternaban sus luchas contra los cristianos con las rencillas internas para conseguir mayor poder.

Al clan de los Banu Qasi perteneció la fortaleza de Qal’at Abd Al-Salam. Este hins estaba situado en una zona vital para la defensa del territorio dominado por los árabes, ya que era uno de los puestos avanzados que evitaba las incursiones en la vía que unía Zaragoza con Toledo y Córdoba. Esta condición de lugar de paso favoreció cierto desarrollo como ocurrió anteriormente con la ciudad de Complutum, actual Alcalá de Henares.

La consecuencia más directa de este crecimiento, a parte de la ampliación del hins inicial a qal’at (castillo), fue el establecimiento de artesanos extramuros de la fortaleza, que crearon dos importantes arrabales donde ejercían sus trabajos. La cercanía de Qal’at les brindaba una rápida protección ante las incursiones cristianas o de otros clanes musulmanes rivales.

Historiadores como Miguel de Portilla y Esquivel o Esteban Azaña, aseguran que este recinto se levantó aprovechando un castro anterior de origen romano. De momento, y hasta que no se realicen las pertinentes excavaciones y estudios arqueológicos, todas las teorías, por muy convincentes que puedan parecer al aportar datos como la piedra con inscripción latina que se halla reutilizada en la torre albarrana o restos de alguna cerámica hispano romana hallada en esa zona, no dejan de ser meros indicios. Bien es cierto que los árabes reutilizaron este tipo de material para su obra, pero pudo recogerse de alguna villae próxima al asentamiento, como la villa del Val, que se encuentra a poca distancia, u otras villas de este tipo que seguramente existieron en las cercanías. No es necesario, por tanto, la existencia de un asentamiento previo a la fortaleza, del mismo modo que no lo es el transporte de piedras desde la antigua ciudad de Complutum para la construcción de Qal’at, como especulan Portilla y Azaña.

Desde que Bernardo de Sédirac, arzobispo de Toledo, conquistase la fortaleza a los moros el 3 de mayo de 1118 y pasara a poder de la Mitra Primada, el periplo sufrido por la misma ha sido muy variopinto, puesto que el recinto fue utilizado como prisión episcopal, uso dado hasta bien entrado el siglo XVII; no sólo está documentado por escrito este hecho, sino que también se hacen evidentes las pruebas de tipo arqueológico. En el siglo XVIII el abandono de la fortaleza es bastante acusado, aún cuando tenía asignado un alcaide, si bien no se sabe si realmente se continuaba utilizando las instalaciones del recinto como prisión episcopal o si el cargo en cuestión era ya meramente honorario, que es lo más probable. Lo cierto es que como alcaide era nombrado un caballero de la ciudad, manteniéndose normalmente en posesión de dicho cargo una misma familia, cuyos primogénitos eran los herederos directos del mismo.



La leyenda de la Vera Cruz de Alcalá

La leyenda de la Vera Cruz de Alcalá ha llegado hasta nuestros días desde la fecha de la conquista cristiana de la fortaleza el 3 de mayo de 1118, siendo diversos los autores que la han recogido: Ambrosio de Morales, Miguel de Portilla, Esteban Azaña...

Ese día se conmemoraba el hallazgo de la Vera Cruz, el madero en el que fue crucificado el Señor y que fue encontrado, según la tradición, por la madre del emperador romano Constantino, Santa Elena. El arzobispo guerrero Bernardo de Sédirac, que llevaba bastante tiempo sitiando sin éxito la fortaleza, exhortó a sus mesnadas con un solemne discurso sobre tal evento, para ver si de esa forma evitaba que cayeran en desánimo. No era la primera vez que la fortaleza era sitiada por los cristianos y que éstos se retiraban ante la imposibilidad de tomarla. Don Bernardo dijo a sus tropas que esa misma mañana había contemplado un milagro: en lo alto del vecino cerro del Ecce Homo se le apareció una enorme cruz brillante, que sin duda era portadora de buenos augurios. Gracias a este testimonio, las tropas cristianas renovaron sus ánimos y tomaron la fortaleza, poniendo así fin al largo dominio musulmán en la zona.

Continúa la leyenda diciendo que muchos moros huyeron despavoridos del lugar y que las huestes cristianas les dieron alcance en las cercanías de Daganzo, donde se conserva un topónimo, el cerro de la Matanza, alusivo al luctuoso suceso que allí acaeció.

Esta es, en definitiva, la legendaria historia de la reconquista de Qal’at Abd Al-Salam. Posteriormente serían construidas varias ermitas (siglos XII-XIII) para conmemorar la victoria cristiana sobre los sarracenos y la aparición de la Cruz ante el obispo don Bernardo. Hay que destacar que la toponimia ha conservado otra denominación para el cerro del Ecce Homo, la de cerro de la Vera Cruz. Por el contrario, no se han conservado las ermitas allí levantadas (hasta cuatro, según Portilla y Azaña), de las que hoy día no queda ni un muro en pie, tan solo el vestigio de una de ellas entre la maleza azotada por el viento.



Las cuatro ermitas del cerro Ecce Homo

La primera ermita estaba situada en la falda del citado cerro, desconociéndose su ubicación exacta. Su advocación era Nuestra Señora de la Paz y albergaba un gran cuadro que representaba a la Virgen entregando la casulla a San Ildefonso (arzobispo de Toledo hispanovisigodo del siglo VII. Véase los Milagros de Nuestra Señora, del primer poeta castellano de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, donde se relata que la vestimenta sacerdotal milagrosamente entregada por la Virgen a San Ildefonso había sido tejida sin agujas por los ángeles).

La segunda ermita estaba situada en la subida al cerro, dentro de un saliente del mismo y bajo advocación de San Jerónimo. Tenía una efigie del santo en piedra blanca y de medio relieve, situada en el altar principal.

La tercera era la ermita de San Juan Bautista, que tenía una efigie de alabastro de cuerpo entero del Precursor del Mesías.

La cuarta ermita, que es la única de la que se pueden observar restos de la planta, se erigía sobre la meseta del cerro. Fue construida bajo advocación de la Vera Cruz, lo que le dio el nuevo nombre al cerro que desde entonces fue conocido como del Ecce Homo y de la Vera Cruz. Esta ermita era la más espaciosa de todas. En el altar mayor había un cuadro que representaba el milagro sucedido durante la reconquista cristiana. A ambos lados del altar se construyeron dos capillas, una dedicada al Cristo del Ecce Homo y la otra al Santo Sepulcro. Según Portilla, cuando escribía su Historia de la ciudad de Compluto (1725), llevaba cinco años sin ver ermitaños en las ermitas del cerro, lo que da cuenta del progresivo abandono del que fueron objeto y que, en palabras de Esteban Azaña, tras la funesta desamortización de Mendizábal (1834-1854) llevó a su completa ruina y desaparición.

También refiere Portilla que existía una gran devoción hacía las advocaciones de estos templos, realizándose hasta ellas procesiones desde la ermita alcalaína de Nuestra Señora del Val, sita junto al río Henares y al pie del cerro; hoy día queda, como recuerdo de las ancestrales procesiones, la llamada Romería del Val.

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