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lunes, 28 de septiembre de 2009

Comunión o unión

Los primeros padres de la iglesia no tenían duda alguna de que la unión con lo Divino era
posible para todos. “Dios es la vida de todos lo seres libres. El es la salvación de todos, de
los creyentes y de los no creyentes, de los justos y los injustos de los píos y los impíos, de
los libres de las pasiones y de los que están atrapados por ellas, de los monjes y de los que
viven en el mundo, de los cultos y de los analfabetos, de los saludables y de los enfermos,
de los jóvenes y de los viejos” (Gregorio de Niza).

La razón de esto se encuentra en su teología. Los filósofos griegos, en particular Platón,
fueron los primeros en formular la idea de que los humanos teníamos algo esencial en
común con lo Divino. Lo llamaron “nous” pura inteligencia intuitiva para diferenciarla de la
inteligencia racional. El tener algo de lo Divino en nuestro interior nos permite conocer lo
Divino, ya que la idea más común en el pensamiento primitivo era que solamente “se puede
conocer lo parecido”. Nuestra experiencia diaria también lo confirma. Sólo cuando tenemos
algo importante en común con otra persona podemos relacionarnos con ella
verdaderamente, podemos ser uno en mente y alma.

El Padre de los primeros años de la iglesia, Clemente de Alejandría, descubrió la
correspondencia entre el concepto “nous” y el expresado en el Génesis, de que hemos sido
creados “a imagen y semejanza de Dios”. La “imagen” era para ellos comparable al
“nous”. Siguiendo su línea de pensamiento, Orígenes, los Padres Capadocios, Evagrius y
también más tarde Meister Eckhart, todos vieron esta “imagen de Dios” como la prueba de
nuestra unidad de origen y esencial con Dios. Por lo tanto, la razón por la cual podemos
tocar y ser tocados por esta suprema realidad transpersonal es porque hay algo dentro de
nosotros que es similar a esta realidad. La misma convicción la encontramos en las
palabras de Jesús: “El Reino de Dios está dentro de ustedes y entre ustedes” (Lucas 17:21)
San Pablo dice en su Primera carta a los Corintios: ¿“No saben acaso que sus cuerpos son
miembros de Cristo?” (1Cor 6:19) La meditación nos ayuda a experimentar esta realidad,
esta fuerza viva de Cristo en nuestro interior, energizándonos, sanándonos,
transformándonos y guiándonos hacia una conciencia más completa, hacia la plenitud y la
compasión.

La semejanza siempre ha sido aceptada dentro de la cristiandad – el alma como espejo de
Dios- pero la total identidad ha sido cuestionada con frecuencia. Sin embargo leemos en el
Evangelio de Tomás: ”el que beba de mi boca será como yo, yo mismo me convertiré en
esa persona, y lo oculto le será revelado.” En el Evangelio de Juan encontramos la hermosa
oración de Jesús sobre la unidad “que todos sean uno, como nosotros somos uno: como tu
Padre estás en mi y yo en ti, que también ellos estén en nosotros.” (Juan 17:21) Los
místicos que experimentaron esta unidad y hablaron de ella, han sido considerados con
desconfianza. Meister Eckhart habló acerca del nacimiento de la “Palabra” en el alma,
refiriéndose a la compresión de la conciencia de Cristo en nuestro interior, que es nuestra
conexión con lo Divino. “Asimismo con frecuencia he dicho que existe algo en el alma que
está íntimamente ligado a Dios que es uno con él y que no está simplemente unido”. Santa
Teresa de Ávila habla en el “Castillo Interior” de la séptima morada del matrimonio
espiritual, como un estado de unión permanente más allá del éxtasis, la unificación total.

Y sin embargo en el cristianismo hablamos más de comunión que de unión. No se la
considera como una fusión total, pero “sin duda que el individuo pierde todo sentido de
separación del Todo y experimenta la total unidad, pero eso no significa que el individuo no
exista más. Así como cada elemento de la naturaleza es un reflejo único de la Realidad, del
mismo modo cada ser humano es el centro único de conciencia dentro de la conciencia
universal”. (Bede Griffiths “Matrimonio entre Oriente y Occidente”)

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