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viernes, 18 de septiembre de 2009

LA REALIDAD DEL AMOR

He sugerido que para meditar debes aprender a ser realmente sencillo. Este es un reto
para todos nosotros pues hemos sido educados para tener una conciencia moderna en
una era científica. Puede ser de ayuda el tratar de enfocarnos en este aspecto de la
sencillez.



Permíteme enfatizar otra vez que siempre debes recordar la importancia de decir el
mantra durante todo tu tiempo de la meditación. Esto es algo que cada persona en la
actualidad encuentra muy difícil de comprender y de recordar. Cuando empiezas a
meditar es difícil creer que tan solo entrar en el proceso de repetir constantemente la
palabra maranatha ya estemos en el camino. Cuando comienzas debes hacerlo con fe.
No hay nada más importante para llegar a una percepción profunda o para comprender
totalmente la visión Cristiana de la vida. No hay nada tan importante como llegar al
silencio, a la quietud, a la disciplina a lo que te lleva el mantra. Debemos iniciar tratando
de comprender esto de la forma más clara posible. La necesidad de meditar cada
mañana y cada noche y la necesidad de decir tu palabra, el mantra, del principio al fin.

Al comprender esto, lograrás comprender bajo tu propia experiencia que la meditación
no trata de hacer análisis. No estás analizando tu experiencia. No estás analizando tus
sentimientos. Muy al contrario del análisis, la meditación tiene que ver con síntesis, que
significa llegar a comprender y experimentar totalmente, la integridad de la creación, de
tu propia integridad en el sistema de la creación. La visión Cristiana va más allá de
estar preocupados por el análisis, que es el desglosar la realidad en sus componentes
pues, la experiencia de la meditación nos lleva a la unidad, en construirnos y unificar
todo lo que somos. Dice San Pablo:

“...en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las
riquezas de su gracia, que superabundantemente derramó sobre nosotros toda
sabiduría y prudencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, conforme a su
beneplácito, que se propuso en El, para realizarlo al cumplirse los tiempos,
recapitulando todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra”. (Efesios 1: 7-10)

Se oye inspirador cuando lo escuchas, pero todo se queda en palabras o en inspiración
verbal a no ser que entres en esta experiencia – a no ser que entres por medio de la
oración, en la meditación, yendo más allá del análisis y abriendo tu corazón y tu mente
en la gran síntesis que ocurre en Cristo, con Cristo y para Cristo.

En la tradición monástica la meditación no se trata de analizar las diferencias en sus
partes de la realidad en que las vivimos. Es mucho más, es despertar a la realidad que
existe entre todas las partes de la creación, que están en armonía con Cristo. Por lo
tanto, no estamos analizando, ni dividiendo – estamos sintetizando, estamos unificando.
Es el mantra lo que nos lleva a esto calmando gradualmente nuestras fijaciones
egocéntricas, y todo nuestro auto-análisis. Una vez que inicias este proceso, la
invitación de la buena nueva del Evangelio se hace una posibilidad real, vivir tu vida a
partir de la unidad integrada. Creo que descubrirás, en la perseverancia de decir tu
mantra, que la experiencia de la meditación es la experiencia de tu vida. En vez de
enfrentar la vida analizando y notando las diferencias, la forma en que la enfrentarás es
íntegramente, respondiendo a todos sus componentes.

La manera en que los primeros Cristianos describían esto es que vas a enfrentar la vida
con amor porque lo que encuentras en tu corazón es el principio vivo del amor. San
Pablo sugiere que debemos alinear este principio en nuestras relaciones uno con el otro.

“...soportándoos y perdonándoos mutuamente siempre que alguno diere motivo de
queja. Como el Señor os perdonó, así también perdonaos vosotros. Pero por encima
de todo esto, vestios de la caridad, que es vínculo de perfección”. (Colosenses 3:13-15

Esta es la nueva visión de la vida a la que entramos a través de la meditación –
realización, integridad, unidad, en amor. Entonces llegamos a comprender el gran
principio teológico que hizo San Juan cuando dijo: “Dios es amor”. El gran misterio de la
fe Cristiana es que este amor se encuentra en tu propio corazón y si sólo puedes estar
quieto y en silencio entonces puedes hacer de este amor el supremo centro de tu ser y
de toda tu acción. Esto significa volcarnos totalmente, dándole toda nuestra atención.
Significa ir más allá de ti mismo hacia esa realidad que es infinitamente mayor a ti
mismo, pero que te incluye – y en el que cada uno de nosotros tiene un lugar único y
esencial.

En la tradición Cristiana la experiencia de la oración, la experiencia de la meditación, es
de unidad, de unión. Es una experiencia que cambia toda nuestra percepción de la
realidad. Vemos la realidad como un todo unificado por la energía básica del cosmos,
que es la energía del amor. Este es el mensaje de la verdad que nos hace libres:

“...En El también vosotros, que escucháis la palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra
salvación, en el que habíais creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,
que es prenda de nuestra heredad con vistas al rescate de (su) patrimonio, para
alabanza de su gloria”. (Efesios 1: 13-14).

Lo más importante que los Cristianos tenemos que proclamar al mundo, a quien tenga
oídos para oir, es que el Espíritu vive realmente en nuestros corazones y que, al volcar
totalmente nuestra atención, entonces podemos vivir plenamente el amor. Nosotros
también podemos vivir a partir de este poder que es el reino de Dios.

Solamente podremos proclamar lo que conocemos. La práctica diaria de la meditación
es esencial para conocer: esto y la disciplina de repetir el mantra de principio a fin, es
esencial. Pero nunca te desanimes. Si la unidad es nuestra meta, todos comenzamos
de una forma un tanto fracturada. El aprender a repetir el mantra requiere de una gran
paciencia y de gran perseverancia. No te des por vencido fácilmente. Cuando te des
cuenta de que te has alejado, regresa inmediatamente. La quietud del cuerpo y la
quietud del Espíritu es nuestra meta. El estar totalmente abierto a la última realidad real,
la realidad del amor.

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