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jueves, 1 de octubre de 2009

Meditación y Discipulado

Traducción por
Ana Inés Privitello
de Argentina

¿Qué queremos decir cuando hablamos de meditación como Cristianos? ¿Por qué
podemos hablar de meditación cristiana? Porque se trata de seguir a Jesús. Esto
significa que estamos siguiendo sus enseñanzas, interiorizándolas y poniéndolas en
práctica. Quiero examinar algunos puntos claves de sus enseñanzas y ver como la
meditación tiene sentido como modo de seguir esa enseñanza y ponerla en práctica en
nuestras vidas.

Primero de todo, ¿qué queremos decir con teología básica de la meditación?
Queremos decir que en el mismo centro de nuestro ser, lo que llamamos corazón,
encontramos la mente de Cristo. Cristo está rezando, está prestando atención, allí, en
el profundo centro personal de tu ser, en mi ser y en cada ser personal. Esta atención
pura de Cristo es al mismo tiempo completamente personal (te está prestando
atención a ti y a mí en forma única), y le está prestando atención al que llama Padre, a
la fuente de su ser y de todo ser, a esa fuente personal, a esa fuente de amor, al
Creador. Esta es la gran maravilla y el significado de la práctica del silencio en la
meditación cristiana . Entramos en la misma mente de Cristo, nos convertimos en uno
con la mente de Cristo, nuestra atención se convierte en su atención. Este ser uno.
Esta unión de nuestro ser con Cristo, es la obra del amor. En la tradición Cristiana, la
contemplación siempre ha sido vista como un movimiento de amor.

Esta es la razón por la que los frutos de la meditación son a la vez una transformación
personal, (uno cambia porque sabe que es amado, eso es lo que más nos cambia,
cuando nos sabemos amados) y también significan una transformación social que
sucede cuando hay en el planeta suficientes personas que hemos experimentado ese
amor. La meditación no se trata de una espiritualidad privada. Es una forma del amor
que nos transforma en hermanos y hermanas, y en habitantes responsables de este
universo.

Jesús dice que, cuando lo seguimos, cuando rezamos, debemos olvidarnos de
nosotros mismos. Nadie puede seguirme, Él dice, al menos que se olvide de sí mismo.
Ese es el llamado, simple, radical, hermoso que hace al discípulo Cristiano, al seguidor
de Jesús. Le pide no sólo que crea en ciertas cosas, o que obedezca ciertas leyes y
reglas, o que sea religioso en un sentido externo, sino que se olvide de sí mismo.¿Qué
significa eso? Significa que dejemos de ponernos en el centro del universo. Que
trascendamos nuestra mente egoísta, que dejemos de pensar en nosotros mismos,
que vayamos más allá de nuestro pequeño universo, de nuestro pequeño ego y que nos
expandamos dentro de la gran mente de Cristo.

¿Qué dice Jesús? ¿Cuál es la esencia de su enseñanza? Volvamos al punto clave, “El
que quiera seguirme debe olvidarse de sí mismo”. ¿Qué significa olvidarse de sí
mismo? Podría significar algo muy negativo, algo bastante autodestructivo, algo
bastante represivo. Pero no significa que debo reprimirme. No significa que debo
negarme todo placer en la vida. ¿Significa que debo castigarme? ¿Significa que estoy
más cerca de Dios cuanto más sufrimientos me impongo? Ese no es el espíritu del
Evangelio. Ese no es la personalidad de Jesús. El evangelio de Jesús es acerca de
encontrar la paz y la felicidad y de compartir estas cualidades fundamentales de la
existencia con los demás. Estas eran las característica visibles de las primeras
comunidades cristianas, paz y felicidad. Por eso oímos hablar tan frecuentemente de
ellas en las cartas del Nuevo Testamento. No se va a poder estar muy en paz si la
actitud con uno mismo es negativa o represiva. Es decir, que olvidarse de uno mismo
es una afirmación negativa, no existe una espiritualidad negativa.

A veces, como cristianos, hemos caído en un estado mental negativo. Nos hemos
obsesionado con la culpa, con el pecado, con el castigo, con el miedo al infierno.
Pensamos que la salvación es como un club exclusivo, al que algunos son llamados y
del que otros son excluidos. Pero nada de esto es verdad para el evangelio de Jesús. El
desafío del evangelio es un desafío a estar completamente vivos, a no estar asustados.
Jesús no quiere que nos sintamos culpables por nada. Ese no es el significado del
arrepentimiento. El nos dice que nos arrepintamos, pero el arrepentirnos significa decir
“Si, hice algo mal”, “Si, no estoy desarrollando todo mi potencial”, "Si, lo haré mejor la
próxima vez”. La culpa es un estado mental negativo y destructivo. No existe nada en el
evangelio de Jesús, cuando se llega a su esencia , que nos presente a un Dios que nos
castigará. El pecado contiene su propio castigo. Dios no necesita castigarnos. Sería
una contradicción si Dios nos castigara. El castigo no está en la naturaleza del amor. El
amor puede herir, puede ser un terrible nivel de verdad que debamos reconocer, pero
el amor no castiga. Entonces ¿Por qué estamos tan fijados como cristianos a la
imagen de un Dios que nos castigará? No se puede amar a un Dios que nos castigará.
Si uno piensa que alguien lo castigará es muy difícil amarlo, confiar en esa persona.

Todo esto apunta al hecho que olvidarse de uno mismo no tiene nada que ver con una
espiritualidad negativa. No se trata de represión o culpa. Se trata de liberación.
Olvidarse de uno mismo significa olvidarse de todas las obsesiones egoístas, del ego
pegado al mundo. De la prisión del egoísmo, de estar centrado en uno mismo, de la
prisión del deseo o de la compulsión o de la adicción o del miedo o de la inseguridad.
Esto es lo que significa olvidarse de uno mismo- olvidarse del ego y salir de su pequeña
prisión al gran espacio abierto del espíritu. A la libertad de los hijos de Dios.

1 comentario:

Gabriel Mércuri dijo...

Creo que debería aclararse que el texto fue escrito por el P. Laurence Freeman OSB - Director de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana- (Pasajes de la charla dada en el Retiro,Seminario John Main 2002, Montreal, Canada)
Muchas gracias.
Paz y Bien!

Gabriel Mércuri- Argentina