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sábado, 13 de septiembre de 2008

PRINCIPIOS DE CABALLERÍA ESPIRITUAL PARA EL VIVIR COTIDIANO (V) DEL BLANCO

José Antonio Mateos

Un conocido adagio hermético dice: “Blanquead el Latón y romped vuestros libros”.

Virgilio, que había sido iniciado en los misterios, en su descripción de los infiernos, cuenta que, el dios Pan, blanco como la nieve, sedujo a la luna. Esta es la etapa de la alquimia que se conoce como el Régimen de la Luna, que aparece bajo el signo de la luna creciente. Como indica Filateo: “El espíritu que limpia es muy blanco en su naturaleza, pero el cuerpo limpiado es de un negro negrísimo”. Los simbolistas cristianos estuvieron de acuerdo en hacer de la paloma el emblema de la Pureza, representando en ocasiones a la Virgen María, a quien los bizantinos llaman la Panhagia, la “Toda Santa” y que la Iglesia aclama como Inmaculada. Dentro de algunos círculos herméticos como la Fede Santa, se aceptaba una total relación simbólica entre la Persona del Espíritu Santo y la de la Virgen María.

De hecho antes del siglo XVI, existen representaciones de palomas-Espíritu Santo tan estilizadas que la figura del ave se acerca a la forma de la letra M inicial del nombre de María. Si observamos el Pentecostés, cuadro pintado por El Greco (1540-1614), apreciaremos que todos los apóstoles rodean a la Virgen, que, ocupando una posición destacada y central manifiesta una función receptora del Espíritu Santo que se manifiesta sobre ella en forma de paloma y al mismo tiempo en forma de llamas sobre cada una de las cabezas de los apóstoles.

En las Obras de Raimundo Lull, se nos dice sobre esta función: “La Virgen, con seguridad, recibe, sobre su seno, el fluido espiritual del cosmos, que ella reenvía, inmediatamente, sobre el pequeño Jesús extendido a sus pies, en su mullida cunita”. Este es el fuego secreto de los Sabios que es el único agente que puede abrir, sublimar, purificar y disponer a la materia. Y no podemos dejar de relacionar ahí el versículo 49, capítulo XII, de San Lucas: “He venido a poner el fuego en la tierra, ¿y qué quiero yo, si no es que se encienda? ”.

El hermano Apiano León de Valiente, nos comenta sobre este Estado o Régimen : “La Luz disuelve los obstáculos propios del endurecimiento de la materia, y la eleva, produciendo la unión de la Luz con la materia, para engendrar un nuevo estado que atraerá influencias más purificadoras, permitiendo a la tierra deshacerse del poder artificial que la dirige y, finalmente, surgirá como resultante un estado de luminosidad permanente”.

Como principio practico indicaremos que el trabajo espiritual nunca queda sin resultado, el sentir atracción por las actividades espirituales, amarlas y practicarlas a través de una vía tradicional, de la oración, la meditación, la reflexión de las escrituras sagradas, y de las enseñanzas de los auténticos maestros tradicionales.

Aunque no se aprecie nuestros esfuerzos, aunque no veamos en la vida cotidiana resultados tangibles, no debemos apartarnos de ellas, pues estamos atesorando riquezas espirituales. Éste es el único bien que verdaderamente poseeremos después de la muerte; el resto se nos quitará de las manos: “ cuando el cordón de plata se rompa, y se quiebre la ampolla de oro “ (Eclesiastés 12,6).

Cada pensamiento, cada sentimiento, cada deseo, cada acto tiene la propiedad de atraer los elementos etéreos y materiales que le corresponden y le son afines. Nuestros deseos, pensamientos, sentimientos, actos desinteresados y luminosos, atraerán partículas de materia más pura y celeste, que penetrará y se instalará en nuestro organismo, expulsando al mismo tiempo todas las viejas partículas oscuras, mortecinas y malolientes. Así, de esta manera, estaremos regenerando todas las “envolturas” que rodean a nuestro Ser Interno.

Permitiendo que el influjo del Fuego Divino a través de Nuestra Señora, descienda sobre nuestro Caos interior, haciendo nuestra tierra: “Santa”. Algunos se dirán: “Pero, ¿por qué preocuparse por unos resultados espirituales que no transcenderán más allá de nuestra muerte? ¿Vale realmente la pena?” Si, pues en realidad es el único trabajo cuyos resultados son definitivos. Es decir, tras la muerte, estas serán las únicas riquezas que nos llevaremos gracias a nuestro esfuerzo. Y para aquellos que admiten la teoría de la reencarnación (*), diremos que este estado es lo que el Centro Divino trae de nuevo en el momento de la concepción, desde la gestación, la materia del cuerpo físico y sus envolturas etéricas, que componen y forman la “ampolla de oro”, será modelada y formada exactamente de acuerdo a las cualidades y virtudes que hayamos adquirido en la actual encarnación.

Tu mihi, Christe, columba poten,

Sanguine pasta cui cedit avis.

“Tú eres para mí, oh Cristo, la poderosa paloma

que hace que ceda el ave saciada de sangre”



(*) No entendemos la reencarnación en el sentido de una nueva encarnación de la individualidad, o “ego”, pues creemos que no es posible en este sentido para lo psíquico o astral, sino en cuanto a núcleo divino.

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