Mientras el componente regular de la reunión semanal es crítico, al final el grupo
enseña lo que puede ser enseñado en la experiencia, en el silencio. Pero así
como es importante comenzar cada sesión con una lectura, es también
importante que el líder del grupo se sienta cómodo articulando la enseñanza
esencial en sus propias palabras y estilo. Hay, por supuesto, muchas maneras de
llegar a la misma verdad, mientras que la simpleza esencial de la meditación sea
enfatizada.
La meditación es tan natural al espíritu como la respiración al cuerpo.
Profundamente arraigada en la tradición Cristiana, es una disciplina espiritual, un
camino simple de unión con el Espíritu de Cristo. La tradición no dice que la
meditación sea el único o mejor camino para orar. Simplemente comunica la
sabiduría, al mismo tiempo práctica y sagrada, de la oración silenciosa. Transmite
la enseñanza esencial de la oración contemplativa, primero articulada en la
antigua iglesia a través de la enseñanza de los Padres del Desierto y transmitida
a nuestros tiempos con una especial claridad y profundidad por John Main. Esta
tradición recomienda la siguiente práctica:
* Elije un lugar tranquilo.
* Siéntate cómodo, con tu espalda recta.
* Cierra los ojos suavemente.
* Siéntate tan quieto como puedas.
* Respira profundamente, quedando al mismo tiempo relajado y alerta.
* Despacio e interiormente, comienza a repetir tu mantra. Continua
repitiéndolo fielmente durante todo el tiempo de la meditación.
* Regresa al mantra en cuanto te des cuenta que has dejado de decirlo.
* Sigue con la misma palabra durante la meditación y día con día.
Recuerda que la raíz de toda distracción es la auto-conciencia. En la meditación
estamos en un estado progresivo y real, dejándote atrás. El mantra que
recomendamos es maranatha, una antigua oración Cristiana del lenguaje que
hablaba Jesús, el Arameo. Significa “Ven Dios”. Repite la palabra en cuatro
sílabas iguales ma-ra-na-tha. Escucha la palabra cuando la repites y dale toda tu
atención, pero no pienses en su significado. Las distracciones vendrán pero no
trates de reprimirlas o de luchar contra ellas. Solamente déjalas pasar. Cuando te
percates que una de ellas se enganchó en tu atención, simplemente regresa a tu
mantra con fe. Este es el “trabajo de la palabra”. Medita dos veces al día en la
mañana y en la noche . La duración optima de tiempo es de treinta minutos, pero
puedes comenzar con veinte minutos y gradualmente aumentar a veinte y cinco o
a la media hora completa.
Una vez que ya empezaste con tu práctica diaria, existen varios lineamientos que
tienen que ver con tu actitud hacia la experiencia que te ayudarán a ti y a otros
a ir más profundamente. Primero, no juzgues tu progreso. El sentimiento de
fracaso-o éxito- puede ser la mayor distracción de todas. No esperes o busques
“experiencias” en la meditación. No tienes que sentir que algo está sucediendo.
Esto puede ser raro al principio, ya que la experiencia del silencio es poco
familiar a la mayoría de nosotros y muy ajena a nuestra cultura. No estamos
acostumbrados a ser simples. Sin embargo, el silencio, la quietud, la simplicidad
tienen un propósito.. En una parábola del reino de los cielos, Jesús compara al
Reino con una semilla que alguien planta en la tierra. La persona va y vive una
vida ordinaria mientras la semilla crece en silencio en la tierra, “sin que él sepa
cómo”. La misma cosa pasa con nosotros, cuando la palabra se siembra cada vez
más profundo en nuestros corazones. Y, como en la parábola, va a haber signos de
crecimiento en ciertos momentos. No los vas a encontrar en la meditación, sino
en tu vida. Vas a comenzar a cosechar los frutos del Espíritu; vas a notar que
estás creciendo en amor. Aún si detienes la práctica de la meditación, por un día
o por un mes, simplemente vuelve a ella con confianza en la infinita generosidad
del Espíritu que vive dentro y entre nosotros.
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