Esta orden nació hará unos dos mil años en China. A los efectos de establecer alguna suerte de paralelismo —o no— entre ella y la Orden del Temple, interesa entrar algo más en profundidad en su vida y suertes, pues desde los distintos puntos de vista religioso, histórico, geográfico y cultural, nos resulta bastante lejana. Entorno histórico-social El pueblo chino no ha existido como tal hasta hace relativamente poco.
A lo largo de su historia, sobre todo en sus inicios, era un conglomerado de etnias y clanes que ejercían el poder en una zona de influencia muy concreta. Estas provincias necesitan ampliar o consolidar ese poder y eso ocasiona multitud de refriegas y escaramuzas entre los ejércitos de las distintas comarcas. Es decir, la inseguridad y la violencia, mencionando de pasada la corrupción y las traiciones, eran los temas cotidianos en las charlas de los pueblos y aldeas. Así, entre los años 200 y 500 de nuestra era, aparecen reinos occidentales y orientales, provincias septentrionales y meridionales —es forzoso ser algo simplista para abreviar—, en un rápido vaivén de reyes y emperadores, reinos —casi lo que serían granes feudos, trasladándolo a la mentalidad europea— y feudos, que guerreaban entre sí y con los del imperio vecino. Las redadas de reclutamiento forzoso eran muy comunes, como la ejecución en masa de prisioneros, por lo que no era nada raro que aldeas enteras emigraran o quedaran despobladas como consecuencia del avance o de la retirada de uno u otro ejército.
Poco a poco se fue depositando la idea de que el norte y el sur estaban enfrentados, lo que originaría invasiones y periodos de reconquista. Para mayor encono de la situación, aparecieron las hordas mongolas del norte amenazando los pueblos del norte y del sur, con frecuente intercambio de lenguas, modos de vida y personas. A esto queda añadir la existencia de bandas de forajidos y de soldados mercenarios y desertores, grupos violentos que asolaban provincias enteras para enriquecerse, sobre todo cuando el negocio de la guerra decaía. Era fácil que aparecieran mesnadas que servían a un señor y poco después a su enemigo, según el botín que estaba en juego. Los señores pagaban a sus huestes, propias o mercenarias, gracias, principalmente, a lo que se conquistaba en las expediciones de guerra, casi siempre a costa de las aldeas y pueblos que encontraban por medio. En este ambiente inestable y violento, la necesidad de autodefensa de las personas y de las comunidades era acuciante e imprescindible.
Fruto de esa necesidad aparecieron las artes de la guerra, o artes marciales —llamadas en chino wu shu—, también conocidas en Occidente por “karate” (arte japonés de origen chino) o por “kung fu”, gracias a las series de televisión y a las películas cinematográficas. Conviene recalcar que las comunidades chinas de la época eran básicamente agrícolas y se encontraban muy aisladas unas de otras, conectadas por vías secundarias de complicado tránsito. Las escuelas y centros médicos servían a una o varias de ellas, con lo que las personas tenían que desplazarse, casi siempre a pie, para acudir a servicios esenciales. Entorno religioso En cuanto al aspecto religioso, tal aspecto no existe. Me explico. Como ya he comentado en un artículo titulado “Apuntes sobre el taoísmo”, no se puede considerar que este modo de pensar, o de vivir, sea una religión al uso de lo que estamos acostumbrados en Occidente. En sus inicios —las fuentes escritas datan de los siglos V y IV a.C.—, el taoísmo era la metafísica vista desde el punto de vista de Extremo Oriente, organizada como un pequeño número de maestros aislados que impartían sus enseñanzas a un reducido grupo de discípulos.
La fama del maestro o su modo de vida es lo que atraía nuevos alumnos, pero siempre en bajo número. No había santuarios, estatuas, imágenes, velas ni dioses. Con el paso del tiempo, a partir del siglo I d.C., el taoísmo empezó a organizarse en escuelas, las cuales nacían por virtud de intérpretes de la escritura de grandes taoístas, impregnando su prédica y actividad de cierto confucionismo. Aparecieron sectas, dioses, talismanes, hechicería y magia, alquimia, y santuarios. Con el paso de los años, siglos II al IV, el taoísmo se convirtió en una religión en el sentido guenoniano del término: dogma, moral y ritual; haciendo compañía a la otra gran religión del imperio: el confucionismo. La preponderancia que el aspecto confuciano de la vida tomó sobre el ancestral taoísmo, ocasionó un “aburrimiento intelectual” similar al producido en Gran Bretaña, y en el resto de Europa, con la travesía de la época victoriana. Este confucionismo se extendió a todos los órdenes de la vida y terminó desarrollando una casuística densa y elaborada, que se formalizó en monolíticos tomos de legislación y normativa cotidiana. A finales de las dinastías occidentales y orientales, es decir, a principios del siglo V, la impresión popular era la que se respira por muchos en Occidente en la actualidad, y la que se respiraba por muchos en Occidente en la época previa a las cruzadas: mucha organización, clase sacerdotal, parafernalia, ritos, calendarios de ceremonias, pecados y conversiones, pero poco sabor quedaba de la antigua Tradición. Hay que añadir la popularidad de ciertas variantes del antiguo taoísmo, modalidades que se inclinaban hacia la alquimia externa, los ejercicios físicos y respiratorios para alcanzar la Iluminación.
Todo ello complementado con tratamientos y supersticiones basadas en mezclas minerales y hierbas, amuletos, talismanes, etc. No obstante, el estudio de los ejercicios respiratorios y su influencia en distintos aspectos del funcionamiento del cuerpo, así como en la salud del individuo, unido con la lectura de libros clásicos de esa época, como el Libro de la Medicina Interna del Emperador Amarillo, elevó a un importante nivel esta disciplina de la ciencia china. El Chi Kung hizo su aparición como ejercicios descritos en textos y sistematizados en forma de tablas para popularización entre las masas, aliándose con técnicas meditativas y dietéticas. Todo ello no era nada nuevo, sino que era una sencilla formalización de ideas y conocimientos muy anteriores, pues en los grabados de algunas tumbas, y en los libros de Lao Tze (c. 570-c. 490 a.C.) y de Chuang Tze (c. 369-c. 286 a.C.), ya se comentan pequeños apuntes sobre la respiración y la meditación: “El sabio cierra la boca y los ojos, Anula los sentidos
Y se hace impenetrable al mundo exterior Al que sólo abre el corazón”. (Lao-Tze, Tao Te King) “Con el logro del Centro, los órganos internos están en calma, los pensamientos son ecuánimes, los nervios y los huesos son fuertes, los oídos y los ojos están claros. El Gran Camino es llano y no está lejos de uno mismo, Quienes lo buscan lejos van y después regresan”. (Lao Tze, Wen Tzu, 3) “...El Hombre Verdadero de antaño dormía sin sueños, despertaba sin quejas, comía sin distinciones, respiraba desde lo más hondo. La Respiración del Hombre Verdadero Llegaba hasta sus talones. La del hombre común se queda en la garganta...” (Chuang Tze, Los Capítulos Interiores VI, I) De esta época son famosos los nombres de Hua To, célebre médico, primero en fabricar analgésicos y utilizar anestesia general en operaciones.
Creó una tabla de ejercicios físicos y respiratorios llamada Wu Chin Xi —Técnica de los Cinco Animales—. Otro conocido es Go Ko Hung, médico, escritor de un libro titulado Nuy Pe-En (“Capítulos interiores”), sobre alquimia interna y fórmulas respiratorias. También, según la leyenda, fue por la época de la dinastía Sung (420-479) cuando el primer emperador de esta dinastía, Chao Kan Ying, inventó un sistema de lucha a mano vacía y con armas, que se considera precursor de lo que más tarde sería el boxeo Shao-lin, y origen del futuro karate. Todas estas pistas, unido a las leyendas, y a los grabados existentes en los templos, además de considerar el modo de vida del pueblo chino y sus avatares, hacen factible le conclusión de que existía un amplio poso de conocimiento marcial previo a la fundación del primer monasterio budista chino. Origen Su origen, según indican las leyendas y algunas inscripciones encontradas en las paredes de los monasterios, parece que se debió a un monje hindú budista llamado Fa To. Este monje acudió a China en un momento indeterminado de la dinastía Wei del Norte —entre los años 386 y 534— respondiendo a la llamada del emperador, el cual, recientemente, había conocido el budismo como sistema metafísico y había decidido extenderlo por su país. Este emperador, que según la leyenda era Hsiao Wen, pertenecía a una dinastía que ya se había convertido al budismo en el año 450. El primer templo Shao-lin se construyó en la falda norte de la montaña Song-Shan —que le dio el nombre Shao-Lin-Chi, que se traduce por Pequeño Bosque—, situada en la provincia de Henan, al noreste de China, provincia que engloba a la capital, Pekín.
Esto ocurrió en el año 495. Su fundación era principalmente de carácter religioso: “Como civil o miembro de una familia, un ciudadano estaba sujeto a las leyes del país y de la familia. Sin embargo, si se convertía en monje y pasaba los ritos, como afeitarse la cabeza, ya no era parte de la familia china o del emperador, sino un sirviente y adorador de un Dios que no era de este mundo”. (Ed Parker, The Secrets of Chinese Karate)
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