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viernes, 16 de enero de 2009

Comunión y Silencio

Comunión y Silencio
Moment of Christ -
The Path of
Meditation - John
Main,OSB

En nuestra Comunidad estamos tratando de expander la tradición de la meditación
Cristiana. Estamos convencidos en nuestra Comunidad que todas las riquezas del
Nuevo Testamento, todas las riquezas que Cristo vino a proclamar, están disponibles
para cada uno de nosotros si solamente nos permitimos experimentarlas. Mira con
sencillez y claridad al Nuevo Testamento y podrás ver que el mensaje central del
Evangelio es la proclamación de la plenitud de vida, la plenitud del ser. Y esa plenitud
de vida es el poder experimentarla dentro de nuestro ser. Esta convicción del Nuevo
Testamento surge de la experiencia de algunos hombres que ya hicieron esta
proclamación de que todos estamos invitados a vivir nuestra vida por el poder de Dios,
por el poder del amor. ´Entrar al Reino de Dios´ es simplemente vivir nuestra vida a
partir de este poder y permitir que esta sea transformada por ello.

Lo que queremos compartir, en la tradición monástica de la oración, es que este poder
se descubre en cada uno de nosotros cuando nos comprometemos a tener una vida
profunda y nos comprometemos con toda seriedad. En el lenguaje del Nuevo
Testamento se describe que el compromiso debe estar basado y fundado en Cristo.
En un lenguaje moderno podríamos explicar este concepto como la aceptación total
por cada uno de nosotros al reto de ser. El Nuevo Testamento también utiliza la
palabra ´madurez´. Así es como estamos llamados a este reto. La aceptación adulta
de estos retos y responsabilidades de la vida nos llevan a la ´plenitud de vida´. Lo que
es abundantemente claro en el Nuevo Testamento es el llamado a todos los Cristianos
al ´crecimiento´, a la ´profundidad´ y de la misma forma tan clara, es que el
crecimiento y la profundidad ocurre en Cristo. Es aquí que entramos al misterio
Cristiano. ´Ser Cristianos´ significa ser uno con Cristo. En otras palabras, ser
Cristiano significa vivir tu vida a partir de los recursos de tu unión con Cristo. Y de
esto, justamente, se trata la oración.

Esta unión, desde luego, clarifica nuestra percepción. Debemos tener la idea clara de
lo que se trata, si no, caemos en el peligro de no comprender el punto principal del
Cristianismo. El llamado de Jesús es de unión con El, para que con El podamos llegar
al Padre. Por lo que debemos tratar de recordar y estar alertas es que la esencia de
la oración Cristiana no es el diálogo, sino la unión. Creo que esto lo sabemos en el
fondo de nuestro corazón. Sabemos por experiencia propia que si consideramos la
oración como un diálogo, ´un diálogo con Dios´ esto fácilmente se convierte en un
monólogo.

La tradición que seguimos los monjes Benedictinos nos llama a comprender y a
experimentar nuestra oración como una comunión en silencio en nuestro propio
corazón. La unión nos conduce a la comunión, que es al ser - descubierto dentro de
nosotros mismos - pero que nos lleva a ser uno con Dios, y con todo. Es una
comunión indescriptiblemente enriquecedora, porque nos saca de nosotros mismos,
fuera de nosotros, en unidad con el Todo, en unidad con Dios. Unidad, unión, comunión
es el triángulo del crecimiento de un Cristiano.

La experiencia de la oración es una experiencia de lograr la unidad total con la energía
creadora del universo. Lo que el Cristianismo proclama al mundo es que esa energía
es el amor y es el manantial de donde surge la creación. Es este manantial que nos da
a cada uno de nosotros el poder de ser la persona a la que soy llamado a ser – una
persona fundada y basada en el amor.

Nuestra tradición nos dice esto, pero también nos dice mucho más. Nos dice que esto
no es solamente poesía. Nuestra práctica de la meditación nos dice que esta es la
experiencia a la que todos somos llamados. El camino para lograrlo es muy sencillo y
requiere de fe. Nuestra tradición nos enseña que para poder entrar a este misterio
debemos permanecer en silencio. La meditación es entrar a un silencio profundo.
Meditar significa vivir a partir del centro de nuestro ser, ese centro profundo que
encontramos cuando tomamos la determinación de no vivir en la superficie, no
quedarnos conformes viviendo en lo superfluo, pero viviendo a partir de la profundidad
de nuestro ser. Debemos optar por esto, porque es en la profundidad de nuestro ser
que se lleva a cabo continuamente esa unión con Cristo. El camino a seguir es un
camino increíblemente sencillo y es esto quizás lo que más se le dificulta a los
hombres y mujeres de este siglo. Entrar en ese sencillez requiere de valentía. Para
meditar, cada uno de nosotros debe aprender a ser sencillo, a estar quieto, y a repetir
la palabra.

La primera cosa que hacemos al meditar, después de sentarnos, es tomar unos
minutos para encontrar una posición confortable, sabiendo que durante tu meditación
vas a estar tan quieto como tú puedas. Cierra tus ojos. Comienza a repetir tu palabra.
La palabra que recomiendo es maranatha (una palabra antigua, en arameo, el lenguaje
de Jesús, que significa ´Ven Señor´). El arte de la meditación, y en lo que vamos a
aprender, es el de repetir la palabra desde el principio hasta el fin y de decirla sin
esfuerzo, en paz y con serenidad: Maranatha, en cuatro sílabas – ma-ra-na-tha. Es la
repetición de esta palabra que gradualmente, en el período de semanas, meses y
años, te irá llevando a la profundidad, al silencio.

Cuando comiences debes hacerlo con fe. Debes aprender a aceptarlo como parte de
la tradición. Aprender a ser leal, requiere de hacer todo lo que esté de tu parte, en
cualquier circunstancia de tu vida, a meditar todas las mañanas y todas las noches de
cada día de tu vida. Como te decía, la meditación es un compromiso a la profundidad,
un volvernos de lo superfluo, una búsqueda a vivir y a comprender la vida. Es
ciertamente en mi experiencia que lo mínimo que se requiere, si quieres ser serio en
aprender a meditar, es tomar media hora de tu mañana y otra media hora de tu noche.
En cada sesión sigue siempre la misma rutina. Pero te diré, que no siempre es lo
mismo. Busca un lugar callado, siéntate cómodamente. La única regla esencial es
que te sientes con tu espalda derecha. Te puedes sentar en el piso o en un cojín, o en
una silla, lo que sea más cómodo para ti, y luego con cada músculo de tu cuerpo
relajado, incluyendo los músculos de tu cara, empieza a recitar tu palabra,
suavemente, tranquilamente, serenamente, pero continuamente.

Si eres paciente y si eres leal (y la meditación te enseñará a ser paciente y leal),
entonces la meditación te irá llevando a niveles más profundos de silencio. Es en este
silencio que somos llevados al misterio, al eterno silencio de Dios. Esto es lo que dice
San Pablo a los Efesios, gente ordinario de Efesio, gente igual que nosotros – cuál es
la promesa de la vida Cristiana:

“Y viniendo nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca, pues por El
tenemos los unos y los otros el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu” –
Efesios 2, 17-18.

Esto es la meditación – acceso al Padre en el Espíritu, el Espíritu que vive en tu
corazón y en el mío, el Espíritu que es el Espíritu de Dios. La meditación Cristiana es
simplemente abrirnos al Espíritu, en la profundidad de nuestro ser, con toda sencillez,
con toda humildad y con todo amor.

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