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domingo, 15 de marzo de 2009

El viaje de la Meditación Cristiana - Parte 1

LECCION NO. 22

El viaje de la meditación es, en palabras de John Main, un peregrinaje a nuestro propio
corazón, el lugar más sagrado donde habita Cristo. La meditación es descubrir “la vida del
Espíritu de Jesús dentro de nuestro corazón humano”.

Hay distintas etapas por las que pasamos en este viaje. Aunque las etapas se presentan en
forma lineal en las siguientes cartas, debemos ser bien concientes que es un viaje
espiralado y va superponiendo niveles que se van haciendo más profundos con etapas que
reaparecen, se funden y se transforman.

Cuando comenzamos a meditar, generalmente una vez a la semana o una vez por día, la
disciplina parece fácil y comenzamos nuestros períodos de meditación con alegría y
compromiso verdadero. Pronto nuestro entusiasmo inicial es puesto a prueba y
necesitamos un compromiso más profundo con esta disciplina: el compromiso de integrar
firmemente a nuestra vida dos períodos de meditación. Con el tiempo la práctica regular de
repetir el mantra nos permite abandonar gradualmente nuestros pensamientos. Hay
momentos de verdadero silencio y quietud, destellos de paz, amor y alegría. Es el momento
de estar alerta contra la tentación de aferrarse a estas experiencias. Debemos continuar
practicando sin expectativas ni demandas de ningún tipo de “resultados”. A su tiempo, la
disciplina se convierte en una verdadera necesidad.

Pero ocurre que del silencio emerge un nuevo nivel de pensamiento- recuerdos reprimidos,
emociones y memorias. A veces éstos son dolorosos y nos resistimos a sentarnos. No es
sorprendente, ya que como dijo Walter Hilton, el místico inglés del siglo 14, “si un hombre
regresara a su casa y se encontrara sólo con el fuego apagado y una esposa gruñona,
volvería a irse rápidamente”. Sin embargo es necesario soltar estas emociones,
derramamos las lágrimas que no derramamos en el momento que hubiéramos debido
hacerlo, el enojo y el fastidio que no expresamos en su momento necesitan encontrar una
salida.

Cuando reconocemos estos sentimientos y los liberamos, nuestra alma experimenta la
sanación. No necesitamos saber de donde vienen estos sentimientos, tampoco deberíamos
exteriorizarlos, sólo debemos aceptarlos como válidos. Sr Eileen O´Hea solía llamar “cubos
de hielo”a estas emociones reprimidas o congeladas, las cuales se funden en el amor y en
la luz de Cristo, cuando les permitimos emerger.

También puede suceder, que cuando hayamos estado meditando por un largo tiempo
seamos asaltados por lo que los Padres y las Madres del Desierto llamaban el demonio de
la “acedia”. Se manifiesta como el desencanto con la meditación y el camino espiritual,
estamos aburridos y todo está contaminado. Pensamos que podemos encontrar cosas más
útiles para hacer con nuestro tiempo que sentarnos a meditar. Le echamos la culpa a los
demás y a lo que nos rodea por nuestra falta de atención. Es un tiempo de sequía,
aburrimiento, inquietud y distracciones, el silencio interior es cosa del pasado. Es nuestra
“experiencia del desierto”. Es un tiempo de prueba espiritual, queremos abandonar. Todo lo
que podemos hacer en este tiempo es perseverar en la fiel repetición del mantra.
Aceptamos nuestra necesidad de Dios y confiamos en que Dios nos guía, está presente a
pesar de todo, nos ama y nunca permitirá que nos cansemos más allá de nuestras fuerzas.
(continuará)

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